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FIDEL GARCIA

San Valentín en pandemia

El 14 de febrero, dedicado a San Valentín, es una fiesta comercial revestida de tópicos eróticos y amorosos, para todos los gastos y colores, porque el dinero es la religión de todos los capitalismos, del liberal y del comunista, como acertadamente dijo el gran W. Benjamín. La fiesta tiene una larga historia, mitad leyenda mitad realidad. Incluso el santoral de la Iglesia Católica ha puesto matizaciones importantes para que San Valentín no sea un simple pretexto para la banalidad. Los romanos paganos celebraban por estas fechas los festejos lupercales, con los que pastores celebraban a un fauno lascivo.

La Iglesia celebraba la fiesta del mártir San Valentín que dio lugar a una amorosa tradición, en la que el clérigo Valentín desafió las ordenes del dictador romano que prohibía el matrimonio a los jóvenes, porque necesitaba para sus legiones soldados duros, fuertes y eficaces, lo que pagó el osado clérigo con el martirio. Según una tradición los restos mortales de San Valentín se veneran en una basílica de la ciudad de Turén, por eso todos los 14 de febrero se celebran actos litúrgicos en los que los novios próximos a casarse, como Dios manda, se prometen fidelidad. La costumbre de intercalar regalos y cartas de amor el 14 de febrero nació en Francia en la Edad Media. En EE UU, en 1840, se inició la costumbre de felicitar con tarjetas por influencia de la emigración italiana.

La Iglesia Católica, fuente y raíz de casi todas las fiestas, viendo el cariz paganizante y comercial, tomó la decisión de retirar la conmemoración litúrgica principal de San Valentín, pero se continua celebrando en muchos templos católicos en los que protagonistas son los jóvenes matrimonios y los novios, quienes renuevan sus promesas de fidelidad y amor. Algo muy necesario en los duros tiempos de la pandemia, que amenaza con llevarse todo por delante: besos, abrazos, caricias, visitas entre allegados, cortejos, todo menos el amor, que es más fuerte que la muerte.

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