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Marisol Delgado

Mente sana

Marisol Delgado

Psicóloga

La primera vez que fui feminista

Buscando en el baúl de los recuerdos

Crecí en una familia idéntica en composición a la de las primeras temporadas de “Cuéntame”, cambiando, eso sí, el color del sofá y a Carlitos por Marisolina. De feminismo no recuerdo que hablaran, pero aprendí a través de su ejemplo a tratar a todo el mundo con dignidad y respeto. Educación humanista informal pero efectiva. Quizá esos fueron los cimientos.

Las primeras mujeres feministas que conocí me resultaron antipáticas. Por exigencias del guión se había transformado la historia original y allí nos plantaron a sufragistas que no se ocupaban de sus casas ni de sus familias por estar con unos carteles en la calle todo el día. Debieron pensar que así valoraríamos más el azúcar de la píldora que nos cantaba Mary Poppins.

De lo que no albergo duda alguna es de la maravillosa influencia de la intrépida, aventurera, independiente, decidida y valiente Pippi Calzaslargas, haciendo trizas los omnipresentes estereotipos de género, llenando nuestras mentes de sueños de libertad y de empoderamiento.

Hubo momentos también de sororidad con las amigas, como un día en el que, yendo en el autobús, un tipo se nos quería arrimar demasiado. Años después, al estudiar las parafilias, descubrí que aquello era froteurismo. Un “asqueroso baboso” le nombramos nosotras. Supuso, además, todo un impacto en mi escaso conocimiento feminista descubrir hace 30 años a una Clarice Starling que, frente a la frecuente y gratuita violencia masculina imperante en el cine, triunfaba a base de tesón, determinación, inteligencia, valentía y autocontrol. Por fin un referente femenino interesante y no un objeto.

Y se fueron, así, sucediendo otra serie de acontecimientos que fueron afianzando esas incipientes gafas violetas: cuando decidí seguir estudiando tras haber sido madre, aunque entonces no supiera nada de Betty Friedan ni de su “Mística de la feminidad” ni del “malestar que no tiene nombre” (malestar que ella había observado en muchas mujeres sin objetivos propios en el horizonte); cuando trabajé con mujeres víctimas de violencia machista y contemplé la parte más cruel de esta socialización diferenciada que promueve el patriarcado; o cuando me apunté hace diez años a mi querido Club de Lectura “Una habitación propia”, donde leemos a todo tipo de autoras, de diversas épocas, de diversas procedencias, donde me he seguido enriqueciendo con las sabias reflexiones de mis geniales compañeras.

Ya ven, no recuerdo exactamente si hubo una primera vez o si fue algo progresivo. Mi memoria va difuminando la historia haciendo difícil encontrar cuál fue el comienzo del ya sólido ovillo.

De lo que sí estoy convencida es de que soy mejor persona siendo feminista.

Y estoy convencida de que el mundo podría ser mejor si fuera feminista. Pero hay quienes no lo ven igual, hay quienes no quieren equidad.

Como dice Mary Beard, “Contaminemos el aire con nuestras voces hoy y mañana, unidas, de forma colaborativa, que se nos tome en serio cuando hablamos, que se nos escuche desde las estructuras de poder, desde las casas, desde los trabajos”.

Sigamos avanzando…

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