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Milio Mariño

Monarquías que se ganan la vida

La mercantilización de la realeza

Tuve que leerlo dos y hasta tres veces porque no daba crédito. No podía creer que al príncipe Harry, nieto de la Reina Isabel II, y a su esposa Meghan, les hubieran pagado siete millones de euros por la entrevista que concedieron hace un par de semanas. Me parecía una cifra desorbitada por dos horas en televisión; pero luego, cuando me informé mejor, acabé convencido de que fue un gran negocio para las dos partes. La pareja se embolsó una pasta gansa y el medio que los entrevistó consiguió el record de audiencia y vendió la entrevista a las televisiones y las revistas de 60 países.

Hay que rendirse a la realidad: el cotilleo vende. Así que, por más que se diga que las monarquías europeas están cada vez más desprestigiadas, la realidad demuestra que siguen suscitando el interés de una opinión pública que se pirra por los chismes de palacio y consume sensacionalismo a paladas. Cuando no son las andanzas de los reyes, príncipes y princesas, son las correrías de los abuelos, primos, tíos y demás familia; los divorcios, bodas y bautizos y todo lo que huela a nobleza, ya sea colonia o basura. Todo vale y se vende en ese mercado de la alta alcurnia que sirve para seguir llenando páginas a costa de que unos cobren y muchos medios de comunicación hagan caja.

Nunca faltan escándalos ni algún miembro de la realeza que saque la lengua a pacer. Ya lo decía Quevedo haciendo gala de su fina ironía: “Para ver cuán poco caso hacen los dioses de las monarquías de la tierra, basta ver a quién se las dan”. Pues eso. Se las dan a personajes curiosos y controvertidos que, en los tiempos de Quevedo, allá por el Siglo de Oro, todavía reinaban y gobernaban, pero es que ahora solo se dedican a reinar. Un auténtico chollo porque han pasado el marrón del gobierno a los políticos y lo suyo es aparecer de vez en cuando en algún desfile militar o un acto institucional. Reinar, ahora mismo, es vivir en palacio, cobrar del erario y mantener la honorabilidad. Lo mínimo de lo mínimo, pero algunos ni siquiera llegan a cumplirlo.

De todas maneras, para ser justos, aun siendo las monarquías una herencia del pasado que en el siglo XXI tiene poco sentido, las hay que se ganan la vida y aportan mucho dinero a la economía de su país. Hace poco, Brand Finance, una empresa de valoración de marcas, estimó que “La Firma”, que es como llaman a la corona inglesa, también conocida como Monarchy PLC, supone para la economía británica más de 1.800 millones de libras al año. Una auténtica millonada que hace que la casa real pague más en impuestos que lo que recibe de subvención. Y no es extraño porque la familia real inglesa saca dinero de cualquier cosa. Por un sello de aprobación de productos de alta gama como la ropa Barbour o Burberry, o el whisky Johnnie Walker, cobran un pastón. La última ocurrencia es que Isabel II acaba de comercializar su propia ginebra, que vende al precio de 44 euros la botella.

Las comparaciones tal vez sean odiosas, pero el ejemplo es elocuente. Algunas monarquías se ganan la vida y sacan dinero de las piedras mientras que otras viven en el desierto y piden prestado un botijo para pasar el trago de Hacienda.

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