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Juan García

Pensamiento Alicia y gobierno establo

La oligarquía difícilmente conformada que obvia las penurias de la ciudadanía

¿Se acuerdan ustedes del “pensamiento Alicia” del profesor Gustavo Bueno, en la época de Zapatero? ¿De aquellos planteamientos simplistas, de aquellas elocuentes y rimbombantes frases enmascaradas de vacío, de tanto eufemismo barato miedoso de llamarse por su nombre, de tantas obviedades retóricas de difícil aplicación?.

Pues desde entonces a nuestros días, no es que hubiera perdido vigencia el pensamiento –ni mucho menos– si no más bien al contrario, está de plena actualidad; aumentado y corregido –si quieren– en su definición, en esta falsa época progresista que nos toca vivir. En mi opinión, el pensamiento Alicia –hoy en día– se ve aumentado o adquiere más matices y contiene muchas y mayores imbecilidades, que cuando el profesor Bueno en su momento lo definió. Ponemos algún ejemplo. Cada vez es más acusada esa sibilina intención que tienen políticos y ciertos movimientos ideológicos, de fomentar y hablarnos de lo absurdo, de distraernos con violaciones de gallinas; de asesinatos de vegetales en nuestras huertas; de la tremenda herejía que significa hoy en día un piropo a una mujer; de bizantinas discusiones semánticas entre un “el” y un “la”; de si “llegas, o no, sola y borracha a casa”; de que la tierra no pertenece a nadie salvo al viento; del acontecimiento histórico planetario sobre la coincidencia de gobiernos español y americano; en fin cosas como ven relacionadas, entonces y ahora, directamente con el PIB o el IBEX (¡caray! ambos masculinos, que casualidad) de esta nación que, de tal suerte, aún podemos llamar España.

Si en vez de llegar a nuestros días la vigencia del pensamiento Alicia (corregido y aumentado como vimos) hubieran llegado, sin ir más lejos, simples efluvios de aquel movimiento nacido en la segunda mitad del siglo XIX conocido como “krausismo“ y que se definió como un movimiento cultural (que se desarrolló inicialmente en España) cuya principal idea era la regeneración de los credos políticos y los valores humanos de la sociedad, corregido y adaptado a nuestros días, quizás otro gallo nos hubiera cantado. Hoy tendríamos un gobierno estable y no un “gobierno establo“ –como a mí me gusta llamar– basado en el pensamiento Alicia del filósofo español. Y en un establo, ya saben ustedes lo que pasa cuando empieza a escasear la pación; las contiendas entre las bestias comienzan a ser feroces, y cuando la solución está en manos del problema, es decir en el dueño del establo (que dicho sea de paso es un auténtico incompetente) éste, es decir el problema, se me antoja poco menos que irresoluble.

Cuando de la nada se llega de repente al lujo y la opulencia, acompañado de un poder omnímodo, formando parte de una oligarquía difícilmente conformada, y además se comienza a obviar las penurias de la ciudadanía, es cuando ciertamente se empiezan a sentar las bases de un “gobierno establo”.

Y aquí estamos los demás en la actualidad; intentando desviarnos lo menos posible de un plan que un día trazamos y que formaba parte de nuestro futuro, sostenido por nuestros trabajos –que tanto nos cuesta mantener–pese al capricho de algún descerebrado oligarca al que se le escapa el tiempo en (vamos a ser comedidos) trivialidades sin la menor trascendencia y no se ocupa de los verdaderos cometidos y responsabilidades de gobierno.

No puede ser, no debe consentirse, debemos rebelarnos contra ello, que “machos alfalfa”, affaires de tarjetas de teléfono móvil robadas, amores y aventuras de gobernantes, y así otros muchos vituperios y oprobios, formen parte del devenir de la política española y mucho menos engrosen la definición del “pensamiento Alicia” que nunca debiera de haberse renovado (creyéndolo ya hasta muerto) tras el agónico y frustrante ocaso del zapaterismo.

Hasta aquí, cualquier parecido que hubieran podido encontrar con el libro “Alicia en el país de las maravillas” fue producto, créanme, de su imaginación.

Por otra parte y, al fin y al cabo, ¿qué es la vida sino un cuento? Pues pongamos a este cuento entonces, un final feliz. No duden que esa posibilidad, sin la menor duda, nos corresponde.

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