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Hablar en asturiano

La contribución a desunir regiones a cuenta de los líos lingüísticos

Cada día va tomando más cuerpo la idea de hacer del asturiano o bable la lengua oficial de Asturias. Con todo el peso de la opinión que transmiten los medios de comunicación, creo que este asunto merece una meditación y un análisis serio y riguroso, porque las dificultades e incordios que causaría esta oficialidad creo que no están suficientemente valorados.

Lo primero y principal es instalar las clases obligatorias de bable en la escuela primaria e incluso en el bachillerato, pues otras materias fundamentales para la educación se verían seriamente afectadas por esta derivada de la enseñanza que obligaría a los estudiantes a prestar una atención seria a un idioma que si bien ya conocen “de oído” habría que estudiarlo y estructurarlo gramaticalmente.

Cabe preguntarse, además, qué bable es el que se va a enseñar, porque hay multitud de bables en Asturias. Sin ir más lejos, yo he visto letreros que reclamaban “bable nes escueles” y otros, del mismo tenor, “bable nas escuelas”... ¿Con cual de los dos nos quedamos, con “nes” o con “nas”? Y así sucesivamente en muchas propagandas y reclamaciones que diferían en su ortografía diciendo las mismas cosas.

Serán muchos (o pocos) los que contesten que para normalizar el bable está la llamada Academia de la Llingua Asturiana, ¿pero de veras creen ustedes que el pueblo llano hará caso de estas sutilezas o continuará usando las palabras y giros que usó durante toda su vida? Sea como sea, el lío lingüístico que se formaría tendría proporciones muy importantes y contribuiría, aún más, a desunir unas regiones de otras y a no acabar entendiéndose como sería de desear. Pero en el ámbito nacional ya tenemos ejemplos claros de lo burdo y ridículo que resulta eso de la cooficialidad, porque teniendo un idioma común, que es el tercero más importante del mundo, con quinientos millones, o más, de hispanoparlantes, resulta perfectamente grotesco que en el Senado español exista un servicio de traducción simultánea para que los catalanes entiendan a los gallegos o los vascos a los valencianos, cuando todos ellos, en un español común y corriente, pueden entenderse sin necesidad de intermediarios que además de inútiles resultan bastante caros.

Así pues, un gobierno “progresista” se equivoca al tomar esta medida, que no es precisamente de progreso, sino un claro paso atrás.

Lo cierto es que con lo difícil que les resulta entenderse en español claro y contundente a nuestros políticos, no les falta más que dificultar el lenguaje para que la política, las leyes y las costumbres sean un caos aún mayor del que por desgracia tenemos instalado y que enfrenta a unas comunidades con otras y, lo que es peor, con el propio gobierno central, que dicta disposiciones que las autonomías dicen que se niegan, con razón o sin ella, a obedecer.

Mayor sería la necesidad de estudiar profundamente y rigurosamente el castellano, para hacerlo más elegante y menos vulgar del que se usa ahora, lleno de palabrotas, tacos y hasta blasfemias que la gente toma ya como cosas sin importancia y, además, lleno de anglicismos y estúpidos neologismos que lo degradan sin medida.

Recuerdo las palabras de don Miguel de Unamuno, cuando en sus clases en Salamanca les decía a sus alumnos: “Yo que soy vasco, vengo a enseñaros el español, que no lo sabéis”.

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