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Milio Mariño

Esperando por el verano

Las opiniones de cada uno dependen de las expectativas que se haya formado

Si hay algo que los asturianos tenemos claro es que nuestro verano depende de la voluntad de las nubes. No viene determinado por lo que señalen las hojas del calendario sino por lo que se dilucida en las alturas del cielo, pues es allí donde las nubes se reúnen y deliberan sobre si hacen las maletas y se van con su tristeza a otra parte o renuncian a ir de viaje y se quedan con nosotros hasta que llegue el otoño.

Esto último, es decir quedarse, debe ser lo que las nubes han decidido, ya que por mucho que disimulen y se escuden en que el sol, en Asturias, suele mostrarse tímido y vergonzoso no parece que vayamos a librarnos de un verano de días nublados ni implorando a San Medardo, que es el patrono de las inclemencias y los fenómenos meteorológicos.

La cuestión es que ya sea por decisión de las nubes o porque al sol lo han incluido en un ERTE y no estará disponible hasta septiembre, estamos a mediados de julio y seguimos esperando que llegue el verano. Hemos tenido cuatro días buenos y veinte de lluvia o nublados. Un tiempo que nos obliga a seguir mirando al cielo por ver si, al final, aparece el sempiterno y salvador anticiclón de las Azores, que es quien nos echa una mano para que podamos salir de casa sin esa chaqueta de punto que solemos llevar siempre con nosotros por si acaso.

Creo, de veras, que el verano está por llegar, pero las opiniones de cada uno dependen de las expectativas que se haya formado. Los conformistas es muy posible que digan que tampoco es para tanto, que todos los veranos decimos lo mismo aun sabiendo que nuestro clima no es comparable al de Andalucía o Castilla-La Mancha. Y, para reafirmarse en lo dicho, harán alusión a los más de 40 grados que tienen por ahí abajo, los 22 que tenemos aquí durante el día y los 15 escasos que alcanzamos durante la noche, insistiendo en que es la temperatura perfecta para disfrutar del verano y dormir a pierna suelta tapados con una manta.

Otros, como los hosteleros, cargarán, como acaban de hacer, contra las predicciones meteorológicas que se hacen desde Madrid y vaticinan veranos desastrosos que nunca llegan a cumplirse. Protestan y acusan a los meteorólogos de espantar al turismo con alertas amarillas y de todos los colores, convirtiendo la predicción del tiempo en un show televisivo que no tiene que ver con la realidad.

Como ven, hay opiniones para todos los gustos. Lo cual tira por tierra la creencia de que hablar del tiempo es un tema de conversación en el que no caben desavenencias porque siempre vamos a estar de acuerdo en si llueve o hace sol. En eso sí, pero en cuanto a la valoración de cómo está viniendo el verano cada cual esgrime su teoría que, a lo mejor, no es muy científica, pero le sirve para desahogarse y quedar más tranquilo. Prueba de ello es que el otro día me encontré con un amigo que estaba cabreado, tanto o más que yo, por el tiempo que tenemos, pero no le echaba la culpa a los días nublados. Según él, si las cosas se hicieran como es debido, si no hubiera tanto inepto y tanto corrupto ocupando puestos de responsabilidad en la política y todo lo público, tendríamos un verano cojonudo.

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