El doctor Sánchez, don Pedro, ha sorprendido a todos. Se decía por los mentideros que a este gobierno le quedaban afeitados, porque la cosa se estaba poniendo fea en las encuestas. Así que los opinadores anunciaban que iba a haber una remodelación del Gobierno por el otoño, que es cuando caen también las hojas de los árboles. Pero he aquí que el doctor Sánchez, don Pedro, ha hecho añicos esos vaticinios y se ha puesto manos a la obra en mitad de los rigores del verano.

Se supone que la idea de anticiparse salió de la mente pensante de Iván Redondo, jefe del gabinete del doctor Sánchez, don Pedro, que es el Rasputín de la Moncloa. Bueno, mejor dicho, era, porque él mismo fue objeto de la remoción de su silla, de tal manera que acabó en la calle, aunque parece ser por voluntad propia, que vaya usted a saber.

El caso es que, en días pasados, nos han ido dando una lista de cesantías en los ministerios con la correlativa de nuevos nombramientos. No parece que el asunto haya sido de mucho interés del pueblo soberano porque, entre otras cosas, a la mayoría de los ministros salientes no los conocían ni en su casa a la hora de comer. Ha habido, no obstante, ilustres excepciones.

Lo más sonado ha sido que el doctor Sánchez, don Pedro, haya mandado al carajo a Ábalos, que era uno de sus fieles escuderos desde el principio, cuando comenzó con aquello de “no es no”, en la revuelta que promovió dentro del socialismo, convocando a las bases, hasta llegar al poder absoluto. Aunque no era carismático, como su apuesto jefe, era el segundo de abordo dentro del partido, que no es moco de pavo, además de ministro de Fomento. Desconozco la eficiencia con que ejerció su labor como secretario de Organización del partido, aunque todo indica que debió colocar a todos los sanchistas en los puestos de mando de las diferentes agrupaciones, como lo consiguió en Andalucía, desembarazándose por fin y hace poco de Susana Díaz, que era como la portera de las diez mil viviendas de Sevilla.

Pero, como ministro del ramo que fue, apenas si se le conoce que haya asfaltado alguna carretera. Su gran idea en ese puesto fue recuperar el impuesto medieval del pago del peaje en todas las autopistas y autovías, que los caballeros medievales intentaban eludir retando al señor soberano de la calzada y venciéndole en una justa que se llamaba el paso honroso.

Ya ven que al doctor Sánchez, don Pedro, no le ha temblado el pulso para eliminar a su más fiel compañero de aventura, de tal manera que ha echado del Consejo de Ministros, Ministras y “Ministres” a casi todos sus más estrechos colaboradores, incluido el astronauta.

Ha largado con viento fresco a la ojerosa de Educación, que molestaba tanto a la clerecía, y a la pelona de Exteriores, que tanto enfadó a Mahoma. En realidad, ha dejado casi solo en pie a esa señora que destroza la lengua patria, además de tener un malaje acento andaluz, y que es ministra de alguna cosa de la pasta, porque parece que la ven con buenos ojos los “uropeos”. Bueno, y al bailarín catalán, que le ha cambiado de sitio para que se culturice y haga alguna que otra tabla de gimnasia sueca.

Se habrán fijado en cómo es el prójimo y hasta dónde puede llegar con tal mantenerse en la Moncloa, que está visto que sólo piensa dejar para trasladarse a la Zarzuela, cuando se instaure la III República española.

Menos mal que ha dejado sin tocar el porciento de ministros, ministras y “ministres” de la coalición, que son muy golosos con esos juegos de palabras interminables, con su afán de ir al notario para dar el sí antes de acostarse con alguien y con su pejiguera de que comamos las berzas sin compango. Así que se cuide don Adrián Barbón, que es de Laviana y de la banda del doctor Sánchez, don Pedro, por aquello de que, cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar.