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Francisco Sánchez

Vita brevis

Francisco Sánchez

Los estudiantes

Sobre la conquista de Afganistán por parte de los talibanes sin necesidad de pegar un tiro

En el nombre de Alá, el Clemente, el Misericordioso.

He querido comenzar así esta columnilla porque es así como inician todos sus escritos los estudiantes. Me refiero, naturalmente, a esos estudiantes barbudos que van por la calle bien armados, aunque vistan con un pijama, que algunos completan con un chaleco. Calzan sandalias o zapatos sin calcetines y enrollan la cabeza con un turbante o la cubren con un gorro que viene a ser como una especie de ensaimada.

Por supuesto que no hay señoras estudiantes, porque éstas han desaparecido empaquetadas en ese saco negro o azul que las cubre por completo, que se llama burka y que sólo muestra una rejilla para los ojos. Se supone que es para que no tropiecen al andar, aunque en realidad no hacía mucha falta, porque sólo pueden deambular por la calle acompañadas de su esposo, su padre o algún hermano.

Pues, sí, señor, después de veinte años los estudiantes han vuelto a conquistar Afganistán sin necesidad de pegar un tiro. La verdad es que nunca se habían marchado del todo de allí, porque mantenían el control de grandes zonas de ese país, incluida la frontera con Pakistán, en cuyas escuelas estudiaron.

Por aquí y de forma redundante, los conocemos como talibanes, cuando bastaría con decir “talibán”, que por si mismo ya es el plural de “talib”, que significa estudiante. De modo que son estudiantes, pero ¿de qué? Pues, de las escuelas coránicas, en las que se enseña árabe para que los alumnos se aprendan de memoria todo el Corán y, con él, todas las leyes que contiene, que regulan desde las horas en que hay que rezar y las tallas de las prendas que hay que vestir, hasta los impuestos que hay que pagar, cómo hay que limpiarse los dientes o los palos que hay que darle a una adúltera, la mano que hay que cortar a un ladrón o el pescuezo que hay que cercenar a un blasfemo.

Los bien pensantes de por aquí andan algo angustiados porque los estudiantes vayan a imponer de nuevo en Afganistán la “sharía”, que es el conjunto de esas leyes coránicas. La verdad es que no es para tanto, si se tiene en cuenta que esa legislación islámica ya rige plenamente en países como Irán, Arabia Saudí, Pakistán, Sudán, Somalia o entre los palestinos de Gaza. Además, en muchos otros países islámicos también tienen esas normas jurídicas como referencia, especialmente desde la llamada “Primavera Árabe”, y las aplican, aunque sea en versiones más edulcoradas.

Andan aterrados algunos en Occidente con la vuelta de los estudiantes, que consideran un retroceso a la Edad Media, a los tiempos en que se escribiera “Las mil y una noches”, pero en la versión para el cine que hizo Passolini, no las de las películas yanquis con princesas descocadas. Sí, cada vez se expande más el Islam, con lo que tiemblan todos aquellos que viven del cuento, la cuenta y el “cuente”.

Mira cómo no se asustan los especuladores americanos, ni los rusos, ni los chinos, que en seguida se han puesto a negociar con los estudiantes para comerciar con el opio y los minerales que brotan en Afganistán. Saben que los sarracenos siempre han sido grandes negociantes y no hacen ascos a la tecnología más moderna, que no usan cimitarras ni alfanjes, sino ametralladoras y misiles, porque fueron los que expandieron desde China el uso de la pólvora, ya en la Edad Media, como los números arábigos, que exportaron de la India, gracias al gran matemático Al-Juarishmi, que inventó el álgebra.

No debemos preocuparnos porque los estudiantes hayan tomado Afganistán, que es un paso más en la conquista musulmana de todo el mundo. Para nuestro modo de vida occidental, más nos debería preocupar la expansión sarracena por Europa con las barrigas de sus mujeres y los asaltos de sus chiquillos a nuestras fronteras.

Yo, por si acaso y para ir acostumbrándome a lo que venga, que esta vez veo que no lo va a remediar ni la Virgen de Covadonga, voy a acabar este escrito como lo hacen los estudiantes con los suyos.

Alabado sea Alá, Señor de los mundos.

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