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Francisco Sánchez

Vita brevis

Francisco Sánchez

El día de la derrota

El miércoles pasado, 8 de septiembre, celebramos el Día de Asturias, porque es la conmemoración de la Santina, que ye pequeñina y galana. Recordamos en ese día un triunfo heroico de un puñado de godos e hispanorromanos que, bajo el caudillaje de un tal Pelayo, hicieron frente a las hordas musulmanas, a las que derrotaron con la inestimable ayuda de las divinas pedradas de la mismísima Virgen, que de ahí que sea “la Reina de nuestra montaña / que tiene por trono la cuna de España”.

Generalmente los países celebran su día recordando un hecho fundacional, heroico o de gran trascendencia histórica, como es este Día de Asturias. Así, entre nuestros países vecinos, tienen en Francia el 14 de julio, en recuerdo de la toma de la Bastilla por los revolucionarios que pusieron fin al régimen de la monarquía absoluta, y en Portugal, el 25 de abril, en el que se levantaron unos capitanes que derrocaron a la dictadura de Macelo Gaetano, sucesor del también dictador Antonio de Oliveira Salazar.

En Cataluña tienen también el día 11 de septiembre lo que llaman el Día Nacional de Catalunya, más conocido como la Diada. Pero, amigo, como allí todo es identitario, pues esta festividad es más que singular, porque lo que celebran es una derrota, que la cosa tiene narices. Se ve que son algo masoquistas.

Cuando falleció el rey Carlos II sin descendencia directa se armó la marimorena. Se alzaron dos pretendientes al trono de España, que por entonces era muy goloso porque casi toda América le pertenecía. Por un lado, estaba Felipe de Borbón, duque de Anjou, al que apoyaba su abuelo Luis XIV de Francia y, por el otro, el archiduque Carlos de Habsburgo, que apoyaban Inglaterra, Portugal, Holanda y el Sacro Imperio Romano Germánico. Naturalmente se armó una guerra entre las potencias europeas en liza y, a la vez, una guerra civil entre los partidarios españoles de ambos pretendientes.

En esa Guerra de Sucesión a la Corona de España la mayoría de los que gobernaban Barcelona se inclinaron por apoyar al pretendiente austriaco. Más, he aquí que, en plena contienda falleció el emperador de Alemania y el pretendiente austriaco al trono español se marchó a Viena para ser coronado Kaiser. Los ingleses le retiraron el apoyo al austriaco y así se acabó la guerra con la firma de los Tratados de Utrecht, en 1713, reconociendo todos al pretendiente Borbón como rey de España, con alguna pérdida que otra, como Menorca, que luego devolvieron, y Gibraltar, que ahí sigue aún.

Así se debió acabar todo, pero el abogado Rafael de Casanova i Comes, que era el “conseller en cap” de Barcelona, y la mayoría de los mandos de esa ciudad decidieron continuar la guerra por su cuenta, sin ningún apoyo internacional, hasta que se rindieron el 11 de septiembre de 1714. Mira por dónde que el rey Felipe V amnistió a los rebeldes, incluido Casanova, que siguió ejerciendo la abogacía hasta su muerte.

Cada 11 de septiembre allá van los políticos catalanes a ponerle flores a la estatua erigida a ese empecinado abogado catalán, como si fuera un héroe de las libertades catalanas, cuando lo que hizo fue defender el trono de España para el que pudo ser y no fue Carlos III de Habsburgo. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen.

Se ve que muchos catalanes tienen en su idiosincrasia el elegir erróneamente el bando perdedor y perseverar en él más allá de todo lo razonable, incluido el apoyo internacional. Así que todavía anda el Molt Honorable expresidente Carles Puigdemont i Casamajó como alma en pena bajo la lluvia de Waterloo, donde hasta Napoleón perdió los calzoncillos. Se rebelan, pierden y luego andan implorando amnistías, como la que le dieron a Casanova.

El actual presidente de la Generalidad, el Molt Honorable Pere Aragonés i García, es más cauteloso, probablemente por su segundo apellido charnego. Pero allá fue el 11 de septiembre a ponerle flores a Casanova para celebrar aquella derrota de 1714. Esperemos que el doctor Sánchez, don Pedro, les permita seguir celebrando la derrota.

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