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Francisco Sánchez

Vita brevis

Francisco Sánchez

Cita previa

Pocos cambios en la cosa administrativa desde que Larra escribiera su famoso artículo “Vuelva usted mañana”

Los más antiguos del lugar se acordarán de cuando presentar algún escrito a la Administración era todo un acontecimiento, porque debía desplegarse un gran esmero. Generalmente había que adquirir un pliego de papel de barba, en el que se escribiría lo que fuera motivo de la instancia y que se encabezaba con gran reverencia, otorgando a la autoridad o funcionario a quien se dirigiera el título correspondiente y, si no se conocía, pues no estaba de más ponerle de más. Seguidamente se ponían las referencias del peticionario y los hechos y fundamentos de la petición, para concluir con una reverenciosa frase como la siguiente: “Es gracia que espera alcanzar del recto proceder de su ilustrísima, cuya vida guarde Dios muchos años”.

Una vez confeccionado con todo cuidado el escrito, procurando no incurrir en tachones o borrones de tinta, comenzaría la verdadera odisea de presentarlo en la ventanilla procedente, que ahí nos esperaban con las armas afiladas. Normalmente habría una cola de prójimos esperando su turno ante la única ventanilla abierta al público, si es que había alguna. Sería bastante posible que escucháramos que a alguno que nos precediera el funcionario de turno le pusiera como chupa de dómine por cualquier defecto o carencia en la instancia. Tal vez nos dieran con la portilla de la ventanilla en las narices, porque se acabó justamente el horario de atención al público o fuera en ese momento la hora del café del funcionario.

Suponiendo que llegara nuestro turno a buen fin, tendríamos que vernos, por lo general, con una funcionaria mal encarada, para la que siempre faltaría algo, fuera la póliza de la mutualidad de huérfanos o cien pesetas en papel de pagos al Estado. Y no se le ocurriera a usted preguntar cómo y dónde adquirirlos, porque en un alarde de amabilidad pudiera informarle, pero lo más normal es que le respondiera: “¡Usted sabrá!”

No había cambiado mucho la cosa administrativa desde los tiempos en que Mariano José de Larra escribiera su famoso artículo “Vuelva usted mañana”, allá por mitad del siglo XIX. La verdad es que con la llegada de la Transición y la promulgación de la Constitución se produjo un notable cambio, que coincidió también con una gran renovación de funcionarios públicos que se jubilaron por razones de la edad. Se suprimieron en la mayoría de las dependencias públicas las dichosas ventanillas y se sustituyeron por mesas con sillas y confidentes, que daban una mayor cercanía y permitía un trato más amable y personal. Luego la informática facilitó el trabajo funcionarial y permitió la comunicación a distancia, aunque en ocasiones se haya abusado de esto, pensando que todo el mundo era versado en esas cuestiones, cuando la mayoría aún ni tienen un ordenador en casa.

Pero, amigo, de repente nos vino el bicho chino y lo trastocó todo. Las llamadas autoridades sanitarias pretendieron aislarlos del mundo para evitar los contagios. Entre esas medidas de aislamiento se introdujo la obligación de solicitar cita previa para cualquier trato con la Administración, se supone que con la intención de evitar las aglomeraciones en las oficinas públicas. Hay que reconocer que es un coñazo eso de pedir cita previa, porque además los teléfonos que ofrecen para ello están siempre comunicando y la mayoría no sabe hacerlo por ordenador, incluida mucha gente que no es ágrafa en esas lides, porque en muchas ocasiones los programas para ello están pensados con el culo. Pero todo sea otra molestia más que nos trajo el morciguillo chino.

¡Ca, amigo lector, ca! Uno es bastante malpensado para algunas cosas y ya me percaté de inmediato que esto de la cita previa no desaparecería con el fin del bicho chino. Se permitirá el uso de las barras de los bares, la apertura de discotecas, el llenado de los campos de fútbol, la celebración de festivales y el alzamiento de todas las restricciones, pero que desaparezca la cita previa, nanay. Menudo chollo para los funcionarios.

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