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Carmen Nuevo

Hasta siempre, Rocky

Un ciclo de melancolía presente

Ya han pasado dos años desde que te fuiste Encina y cuatro o más –el tiempo pasa tan deprisa– desde la última vez que fuimos juntas a la playa de Salinas y disfrutamos de las olas. Qué fría estaba el agua y qué feliz eras mientras nadabas tan llena, siempre tan llena de vida. Y ahora Rocky, tu perro, tu inseparable compañero, también se ha ido. Pero qué dichosos, dorados y despreocupados transcurrían los días, años atrás cuando salíais a pesar junto al río…

Veo a Rocky lanudo y de color canela, suave y blando como una especie de Platero celeste, cariñoso y juguetón al que también le gustaba olisquear las flores y siempre a tu lado, pues aunque a veces corría y parecía que se alejaba, enseguida, moviendo el rabo, se volvía para mirar hacia atrás y ver dónde estabas, porque su camino, después de todo, siempre era el tuyo. Juntos conocisteis a los amigos más fieles y leales, esos que en silencio lloran y sonríen recordándoos.

Y es que todo es un ciclo de presente melancolía, como las hojas que distraídas y encendidas dejan las ramas para inundarnos de tristeza y de extraña energía, porque hemos conocido vuestro corazón de lumbre que irradia nuestra necesaria pretensión de que mañana será otro día. Siempre mañana, siempre otro día, y precisamente por haberos conocido somos capaces de comprender que debemos abrir nuestras ventanas para que por ellas penetren una y otra vez el amor y el dolor como los pétalos más maternales, pues somos tan etéreos como el incienso, pero trascendemos cuando nos alcanzan las tardes y volvemos a recorrer los caminos en bicicleta y a saborear las manzanas y a sonreír atemporales antes de que nuestros cuerpos descansen sobre la mansa hierba.

Sobre la mansa hierba, trascendemos y adquirimos el color de las moras de los silvestres matorrales, antes de ser líquidos como el agua agitada de las olas o de los ríos corriente arriba. Y llegará el día en que volvamos a recorrer las calles que un día conocimos y daremos nombre otra vez a las cosas cotidianas. Y es que todo llegará de nuevo, estoy segura, como Rocky ahora acercándose con sus ojos de azabache como Platero y acompañándonos, mientras saboreamos otra taza humeante de té o café ahora que es otoño, durante nuestra conversación que Rocky callado escucha como si nos estuviese entendiendo mejor que nadie…

Gracias por acompañar siempre a Encina. Hasta siempre, querido amigo. Hasta siempre, querido Rocky.

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