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Francisco Sánchez

Vita brevis

Francisco Sánchez

Albania

Apuntes de un viajero en tierras del antiguo Imperio otomano

Debo disculparme ante los incondicionales de esta columnilla por las dos semanas en que les he privado de ella. Es que uno estuvo disfrutando de sus vacaciones anuales, que todos tenemos derecho a ello.

Pues, mire usted, señor que se sea, que estuve nada más y nada menos que por tierras de Albania, como si se tratara de Roger de Flor, Bernat de Rocafort o Berenguer de Entenza con una partida de almogávares a sueldo de la Corona de Aragón para luchar contra los turcos que asediaban Bizancio, aunque luego armaron por allí una carnicería entre los bizantinos y sus feudatarios. Hasta tal punto fue la “Venganza catalana” de los almogávares que, en albanés, “katalan” es un insulto equivalente a traicionero y el Katälan es un monstruo parecido al coco con el que se asusta allí a los niños.

Uno de los atractivos que tenía para mí Albania es lo ignota que fue esa tierra durante tanto tiempo. Después de la II Guerra Mundial tomaron allí el poder los guerrilleros comunistas que combatieron a los nazis, con la inestimable ayuda de la Unión Soviética. Durante un tiempo se mantuvieron en el Pacto de Varsovia, hasta que llegó Jrushchov y acusaron a este de revisionista, cayéndose en brazos de la China de Mao, hasta que también rompieron con aquella, quedándose aislados en el mundo, bajo el mandato del incombustible Enver Hoxha.

Uno se acuerda de cuando la Transición, en que proliferaban los cientos de grupúsculos comunistas, como en la película de Monty Python “La vida de Brian”. Era cuando había aquello del Partido Comunista Marxista-Leninista Cuarta Asamblea, la ORT, Bandera Roja, el Partido del Trabajo y otros tantos. Pero el más apasionante era el Partido Comunista Marxista-Leninista Pensamiento Enver Hoxha, que ya me contarán que tenía gracia el nombrecito.

Se decía que el comunismo albanés había hecho la revolución de las cabras, porque el país era eminentemente agrícola y ganadero, poblado de montañas y de bosques, que horadaron para construir casamatas para defender las fronteras de ese aislado país lleno de enemigos. No crean, que el régimen comunista intentó industrializar Albania, erigiendo, por ejemplo, una siderurgia en la ciudad de Elbasán, en el centro del país, con el apoyo de los chinos, y que actualmente está cerrada y con los hornos en ruinas. También tenían una mina del mejor cromo del mundo en Bulquize, al Este de Albania, que anda ahora medio paralizada por disputas políticas. Del mismo modo, pretendieron construir un ferrocarril, en el que se afanaban en abrir túneles y erigir puentes más o menos voluntariamente una vez al mes todos los habitantes, y que nunca llegó a funcionar.

Actualmente, la economía albanesa está fundamentalmente orientada a la agricultura, con la que rinde riquísimas frutas, verduras y otros productos de la huerta y derivados, incluido el vino y el raki, que es una especie de anís u orujo que entra la mar de bien. Como es comprensible, con tantos, tan variados y jugosos productos hortelanos, son multitud las ensaladas de todo tipo que allí se consumen, muchos de ellas con el inevitable y untuoso queso de cabra.

Pero, amigos, les debo advertir que los albaneses están haciendo un gran esfuerzo para desarrollar el sector turístico de su economía que, además, tiene un gran potencial con la frondosidad de sus bosques, con su clima costero mediterráneo y con los numerosos vestigios históricos de las muchas civilizaciones que metieron por allí los hocicos. Así que, no a tardar, a España le saldrá otro duro competidor en la cosa turística, porque allí y de momento todo es más barato.

Nada importa para ello que la mayoría de los albaneses sean musulmanes, con fuerte presencia ortodoxa y católica, que les viene de los muchos siglos que estuvieron bajo la dominación otomana. Es que allí practican un islam amable, de tal manera que se ven menos mujeres con velo que ahora aquí en España. Así que ya ven.

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