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Milio Mariño

El monstruo y el miedo

El precio de la electricidad y el temor a un gran apagón

Cuando un día, hace tiempo, leí que las personas inteligentes son las que piensan más y mejor y tienen mayor facilidad para no sufrir, me cayó el alma a los pies. Pienso muchísimo, pero sufro un montón. Ya me gustaría tener esa facilidad para pensar y pasar página sin que me afectara lo más mínimo, pero lo que pienso acaba convirtiéndose en mi realidad, tanto si quiero como si no.

No puedo evitarlo. Ahora ando a vueltas con la amenaza del apagón eléctrico, el precio de la energía y los problemas de abastecimiento y sufro pensando que somos víctimas de un chantaje que nadie ve, o no quiere ver. Cuantas más vueltas le doy más me convenzo de que el mundo funciona al margen de nuestra voluntad política, es decir, de nuestra capacidad para gobernarlo, y eso me lleva al convencimiento de que hay un poder oculto, superior al de los Estados, que lo controla todo y provoca las crisis, la ruina y la muerte cuando quiere y le da la gana.

Pensar en eso sé que es un problema mío. Mi inteligencia no alcanza para dejarlo a un lado, tumbarme en el sofá y decir: anda y que le den por saco. Sería más feliz si prestara menos atención a esos pensamientos, pero insisto en buscar una explicación a cosas que, al parecer, no la tienen y sufro como un ciclista que se empeña en subir el Angliru.

Suele pasarme a menudo. Hace año y pico, cuando empezaron las restricciones por la pandemia, me rompía la cabeza pensando cómo era posible que las autoridades prohibieran que sacáramos de paseo a los niños y, en cambio, dejaban que paseáramos a los perros. Ya ven en qué líos me meto. En casa decían que no me preocupara, que quienes mandaban sabían bien lo que hacían, pero a mí me parecía una anormalidad difícil de soportar.

Estoy en las mismas. Vuelve a parecerme una anormalidad que las grandes empresas puedan subir los precios lo que les apetezca y se permitan amenazarnos anunciando apagones y desabastecimientos. Cada vez es más evidente que el poder económico hace lo que quiere y los gobiernos no hacen nada por evitarlo. Dicen que no pueden, que las grandes corporaciones, las compañías eléctricas, las entidades bancarias y todos los que manejan el cotarro económico operan dentro de lo que llaman el libre mercado y lo único que puede hacer el Gobierno es pasarles la mano por el lomo y pedirles que sean benévolos.

Me indigno cuando oigo ese discurso. Pedirle clemencia al monstruo es una ingenuidad comparable a pedir un milagro. Es confirmar que solo nos queda rezar para que los poderosos se apiaden y no cumplan sus amenazas. Así que lo llevo fatal. No soporto que nos avasallen y nos metan miedo con total impunidad.

Pero siguen haciéndolo. El tiempo pasa y el truco es el mismo. Sacan de paseo al monstruo porque saben que el miedo es el mejor estímulo para empujarnos a consumir. Lo inteligente sería no hacerles caso, pero me pongo de los nervios cuando leo que con las linternas y los hornillos de camping gas está pasando lo que pasó al principio de la pandemia con el papel higiénico. La esperanza es que el anuncio de desabastecimiento solo alcance a los microchips que vienen de China porque como llegue a los polvorones estamos perdidos.

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