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Rubén Martínez

Crítica / Música

Rubén Martínez

Jazzesia en Avilés

Pistoletazo de salida del Festival Fifty-fifty en la Factoría de Avilés, saludo del director del festival el francés aún mucho acento, Yvan Corbat, agradeciendo la asistencia al público, autoridades y patrocinadores. Y como bien dijo, no estamos para discursos y si para escuchar buena e inédita música con el septeto auspiciado por el pianista Jacobo de Miguel que hizo de portavoz del septeto formado por sus amigos: Eladio Díaz, Carlos Pizarro, Fernando Arias, Horacio García, Ana Pérez y Manu Molina.

Jazzesia en Avilés

Una nueva vuelta de tuerca a las distintas propuestas que estos músicos, viejos conocidos, realizan en sus distintos proyectos personales, y que han aunado en “Jazz made in Asturiazz”. A la pregunta planteada a Jacobo si esta propuesta tiene idea de continuación luego de este estreno, la respuesta es sí y ¿por qué no? En todo caso De Miguel afirma que es uno más de esta nueva propuesta de los “jazztures”, habituales del difunto “Jazz café” de Gijón.

La propuesta del pasado jueves, democráticamente distribuida a doble composición de cada artista, comenzó con Fernando Arias, un músico de la OSPA y colaborador de otras como la Filarmónica de Malta, que encaja a la perfección en el jazz con un instrumento, el vibráfono, poco habitual en los grupos de jazz. Seguramente Arias tuvo tiempo de experimentar nuevos sonidos cuando quedó atrapado por la pandemia en Malta varios días, hasta que pudo salir luego de realizar todo tipo de percusiones con todos los elementos posibles de su habitación de hotel, incluida la plancha.

Le siguió Carlos Pizarro, guitarrista y con nuevas composiciones de sus juegos e historias de su estrenada paternidad: “hHipo hipo” y “Cansina”… fueron sus estrenos. Sin solución de continuidad, “La máquina”, título de la composición estrenada el pasado marzo en el Campoamor de Oviedo; De Miguel da vida a una desbrozadora rebelde y desobediente que exaspera al autor hasta tal punto de dedicarle una canción y será aquí cuando la voz estrenada de Jacobo suena en clave poética, cantada y recitada para este nuevo Festival.

Le sigue Eladio el músico de jazz más eclíptico de los siete, etiquetado en el apartado de jazz fusión y saxo del grupo “Dixebra”, aumenta aún más la dimensión de la máquina de Jacobo en dos interpretaciones: “Desencantos” y “Deshumanización”, obras que definen de alguna manera el carácter más social o comprometido de este músico afirmando que “componer es una forma de conocerme mejor”. La anécdota de la noche, su hija pequeña no dudó en bajar al escenario a por un botellín de agua de su padre. Enfilando la recta final del concierto, Jacobo, se lanzó de nuevo a recitar y cantar su composición “Y si un Dios...”, recordándonos con toda la banda al colorido sonido del Pat Metheny Group y el cantante y multiinstrumentista argentino Pedro Aznar.

Reseñar, cómo no, al batería Manu Molina, habitual compañero de Horacio García Y Cristina Montull entre otros grupos. Y a Ana Pérez al clarinete.

Tras ellos, llegó el turno en el segundo pase, al hijo del gran Joan Margarit, con su banda formada por Xavier Algans (piano), Guillermo Prats (contrabajo), David Xirgu (batería) y un rapsoda: Laura Simo, fichada ya en 1993 como vocalista para Tete Montoliu junto a otro invitado del Festival Fifty-Fifty: Horacio Fumero.

Gracias a su hijo Joan, su vida y su obra, no cambia con su desaparición. Y sirve para reflexionar sobre la vida, el amor, la muerte, el paso del tiempo, la música, las luces y las oscuridades de la existencia.

En palabras de Laura Simo, su diálogo entre el catalán, su lengua materna, y la aprendida, el castellano, fluye en toda su obra y especialmente en este concierto.

El concierto giró entorno a los poemas más conocidos de Margarit cantados y recitados por Simo, destacando entre otros dos fundamentales que marcaron la vida de Joan: “Súplica”, “De esta invernal mañana, amable y tibia, por favor, no te vayas...” de su libro “Joana” (1993), relacionado con su hija fallecida y “Aurretrat”, “De la guerra quedava el capot vell d’un desertor al meu llit...; una vez más la guerra civil y el frío marca la vida también de Margarit y el recuerdo de ese capote que le arropo en 1938 en la mayor nevada ocurrida en Barcelona.

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