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Negra sombra

Una reflexión desde la Psquiatría sobre el crimen de La Peñona

Estamos condenados a seguir juntos. Una negra sombra en la memoria y yo. La sombra me sigue cada vez que paseo por el lugar casi a diario. El escenario donde hace 30 años una mujer de 29 años acudió a pasear en una triste noche de noviembre con sus cuatro hijos de 8,7, 5 y 11 meses. Y donde ese mismo día, a las 21, 40 horas, esa misma mujer denunció la desaparición de sus cuatro hijos en el formidable anfiteatro natural llamado La Peñona en la playa de Salinas. Inmediatamente se montó el dispositivo de búsqueda pero hacia la medianoche las posibilidades de encontrar con los vida a los niños eran ya mínimas.

Aquí arranca la sombra. Pero no llega a mi memoria hasta más de un año después cuando me incorporo como psiquiatra en Avilés y paso a residir en Salinas. Desde entonces me acompaña. Había seguido el caso desde las crónicas de Javier Cuartas en El País. Siguen siendo un ejemplo de que no siempre el periodismo es el lugar de las mentiras. Hablo del periodismo porque conocí el caso por los periódicos. La sombra entonces consistía en saber cómo había tenido lugar aquel suceso. Los hechos. La base de toda sentencia judicial y de cualquier diagnóstico médico está en los hechos.

Cuando yo llegué a Salinas en los periódicos se discutía sobre los hechos. Ya había pasado la fase de shock inicial: pocos sucesos hay más sorprendentes y llamativos que el que una madre haya hecho desaparecer a sus cuatro hijos. Cuatro. Y al poco, la sentencia. Se condenaba a aquella mujer a 24 años de cárcel con la eximente de la enajenación mental transitoria. Y aquí el periodismo se paró, según los cánones. Pero la sombra no se iba. Y de hecho no se ha ido porque parece que nunca hemos llegado a saber con certeza por qué tuvieron lugar aquellos hechos juzgados y que acababan de ser convertidos en sentencia. A veces, la verdad es así. Y eso fue lo que avivó la sombra que ha llegado hasta hoy incólume. ¿Qué es lo que movió a aquella mujer a realizar los actos que se le imputaban y que el juez consideró probados? Aquí se activó mi interés profesional porque pienso que la pericia psiquiátrica es una de las mas altas funciones sociales que puede tener la psiquiatría y que por su dureza y la complejidad de su capacitación apenas suele reunir voluntarios para ejercerla. Pero poder aportar a la Justicia un informe sobre como la psicopatología de un acusado puede influir o no en unos hechos a juicio parece importante.

Creo haber leído todo lo publicado al respecto en la prensa escrita a lo largo de estos años. Creo haber leído casi todo lo publicado en revistas especializadas sobre filicidios. La sombra sigue donde estaba.

Los psiquiatras emitieron su informe forense. Preciso, claro, nada complicado. Es difícil que psiquiatría y abogados hagan buena pareja de baile. No es cierto que colaborar con la Justicia implique unir afectividades ni que los desacuerdos sean cuestiones gramaticales. En la sentencia inicial se incorpora una expresión puramente jurídica y que nada tiene que ver la psiquiatría: “enajenación mental transitoria”. De esa especie, no sabemos nada, señoría. Como no sabemos nada de qué pueda ser ese “grave desequilibrio psíquico” “ese arrebato exasperado” que refiere el Tribunal Supremo en noviembre de 1993 para solicitar el indulto.

Con el tiempo algunos de los artífices de la sentencia han hablado. Siempre me han llamado la atención estos derrumbes sentimentales. Los filicidios, escribe Philip Resnick, el psiquiatra forense experto, tienen al menos cinco motivaciones identificadas. Solo una de ellas lleva directamente a la enfermedad mental grave. No es bueno aventar versiones de los hechos. Porque no hay una variedad de verdades. No hay una verdad judicial y otra popular. La verdad solo es una y lo que sucedió aquella de hace 30 años sigue siendo una mosca flotante en el vítreo de mis ojos. Solo se va cuando miro la secuencia de hechos probados. A mí me aclara la mirada.

Los psiquiatras no necesitamos una sentencia y esto relaja. Está aquella película de John Ford, Pasión de los fuertes, cuando Wyatt Earp le pregunta al barman si ha estado enamorado y éste le contesta: No, señor, yo siempre fui camarero. Sigo con la sombra al lado, agazapada.

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