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Aurelio González Ovies

Almanaque de deseos

Lista de peticiones para los meses venideros

Que enero nos conduzca, por sus sendas heladas, hacia una temporada de salud incesante. Y bajo nuestros pies, crujan, al caminar, los versos de aquel frío que tanto nos gustaba, la escarcha de la infancia que asustaba al raitán. Y febrero y sus árboles, desnudos como almas que suplican al cielo, nos aumenten la luz de estos días tan cortos, de estas tardes oscuras y tan desamparadas como el miedo de un niño que despierta en la noche y percibe, entre llanto, que sus padres no están. Y que retorne marzo con su vigor a cuestas, marzo con su semblante de juventud inmensa, con su intención de brote y las frágiles aves comiencen a anidar.

Sea abril un mes pleno de claridad y júbilo, de laureles muy tiernos, de campos encendidos como un amor primero, de anhelo por vivir, de cielos despejados, serenos, transparentes igual que la extensión profunda de la mar. Y que mayo florezca, florezca siempre en punto, tatuado con la música del grillo y la chicharra, sembrado de mostaza, gencianas y tomillo y rubor de amapolas hasta la eternidad. Junio madure todas las eras, las espigas, las fresas, las grosellas; y disfruten las rosas de toda su belleza; suban altas las llamas del fervor del estío y las de las hogueras en noche de San Juan.

Atardezca julio sin prisas, con gaviotas plateadas y sus cálidas lunas y abuelos que platican, a la fresca, en los pueblos y muchachos que alargan sus juegos en las plazas, hasta que una voz grita la hora de cenar. Que agosto nunca pierda los velos melancólicos de sus crepúsculos y continúen sonando las gaitas en los prados, junto al maíz que crece, erguido y verde. Agosto y su sabor a soledad. Y septiembre se asome por entre los castaños de copas espinosas, con deseos de otoño que doran los paisajes y se llevan las hojas y todo habla de edad.

Que deje paso a octubre con la bruma y la lluvia que opacan las jornadas y los alegres tonos de dalias, crisantemos. Que su tiempo sereno no se altere jamás. Y en noviembre las cimas resplandezcan con nieve como en los viejos libros que leíamos, de niños, con abetos y renos y los copos de magia que desprende, bendita, la blanca ingenuidad.

Y tú, diciembre, sé benevolente y cierra el año con ventura y el sueño confortable y el cuerpo sin dolencias y el cariño muy cerca, que así es como entendemos, después de mucha vida, la verdadera esencia de la felicidad.

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