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M.ª Elena Liquete Cotera

Una Navidad a golpe de test de antígenos

La vivencia navideña de una avilesina en Inglaterra

No creo que nadie en Inglaterra quiera recordar la Navidad de 2020. El país acababa de salir de un confinamiento de cuatro semanas que el Gobierno británico había impuesto en noviembre, con el fin de asegurar la celebración de unas fiestas navideñas sin restricciones. A primeros de diciembre, la televisión británica compartía una gran noticia: una abuela de 91 años de Coventry se convertía en la primera persona del mundo en recibir una vacuna contra el covid-19. Con el lanzamiento del programa nacional de vacunación, presentíamos que el final de la pandemia estaba cerca y nos disponíamos a celebrar la Navidad por todo lo alto. Pero el descubrimiento de una mutación del virus en la región de Kent, mutación que resultó ser mucho más contagiosa, dio al traste con los planes navideños de todo el país; el 17 de diciembre el Primer Ministro anunciaba nuevas restricciones que impedían las reuniones sociales (excepto con aquellas personas con las que se convivía), forzando la cancelación de toda celebración.

Un año después, era difícil no tener una sensación de déjà vu. Esta vez la nueva variante no era alfa sino ómicron, y traía consigo un número aún más elevado de contagios. Pero el Gobierno de Boris Johnson, debilitado por los escándalos y las rebeliones internas, no quería arriesgarse a imponer restricciones que pudiesen minar su popularidad, que ya alcanzaba mínimos históricos. A pesar de que el Gobierno no impusiera nuevas restricciones, la reacción del país no se hizo esperar: se cancelaron las comidas navideñas de empresa, las reuniones de amigos y todas aquellas personas que podían trabajar desde casa, volvieron a hacerlo, y todo esto sin que nadie lo hubiese impuesto. Los ingleses limitaron el número de contactos con un único objetivo: poder celebrar la Navidad en familia. Los test de antígenos, que aquí se distribuyen de forma gratuita en las farmacias, se convirtieron en los grandes aliados de todas las familias. Sin que nadie hubiese dado la orden, jóvenes y mayores empezamos un programa de test diarios mientras contábamos los días que faltaban para Navidad. Tras la experiencia de 2020, solo pedíamos una cosa: poder vernos. Quizás por eso, esta Navidad ha sido eminentemente familiar; hemos disfrutado de algo a lo que quizás en el pasado no le hemos dado tanto valor: el estar juntos. Hemos podido sentarnos a la mesa con hijos, padres, hermanos, cuñados, suegros. En muchas familias no han podido estar todos; las dificultades para viajar por Europa persisten, por lo que los grupos familiares han sido posiblemente algo más reducidos de lo que nos habría gustado. No obstante, nos hemos considerado afortunados al saber que los que no han podido estar, al menos estaban sanos y podremos verlos en otra ocasión.

Mi vivencia de la Navidad ha cambiado con el paso del tiempo. Tengo que confesar que cuando era joven no me gustaba mucho; me parecía una fecha de celebración obligada, de felicidad fingida. Me irritaba el consumismo que inevitablemente parece haberse asociado a las celebraciones navideñas. Tampoco valoraba mucho las reuniones familiares; ¿qué necesidad había de tanta reunión cuando nos veíamos todo el tiempo? Las cosas cambiaron cuando me fui a vivir lejos; una campaña navideña de una conocida marca de turrón de hace ya muchos años expresaba en un anuncio de televisión lo que sentíamos los que volvíamos a casa por Navidad: “Vuelve, a casa vuelve, vuelve a tu hogar. La fuerza del cariño te espera en Navidad. Vuelve, a casa vuelve, por Navidad”.

Las cosas volvieron a cambiar con la llegada de los niños a la familia; con mis hijas y mis sobrinos, la Navidad se convertía en un tiempo mágico, divertido, lleno de posibilidades. Los niños van creciendo y la siguiente etapa la marcan las ausencias; la Navidad toma entonces un tono de tristeza por los que ya no están; las ausencias se hacen más patentes en estas fechas.

Pasada la Navidad, me encanta celebrar el Año Nuevo. Me ilusiona pensar en los próximos doce meses como una página en blanco aún por escribir. ¡Y me encantan los propósitos de Año Nuevo! De momento ya he puesto en marcha tres: me he apuntado a una clase de kick boxing y a una clase de baile. También me he comprado un libro de poesía para leer un poema cada día del año. El Año Nuevo nos ofrece una oportunidad de probar cosas nuevas, de hacer cambios, de eliminar frustraciones, de mejorar hábitos. ¿Y tú? ¿Cuál es tu propósito para nuevo año? Aún estás a tiempo.

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