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Javier Gancedo

concejo de bildeo Crónicas del municipio imposible

Javier Gancedo

Pre-ecologistas

Montañeros y senderistas con la sana costumbre de recoger basura y limpiar la vegetación de los senderos

De nuestro corresponsal,

Falcatrúas

Hacia 1980, un grupo de compañeros del Grupo Montaña Ensidesa, contaminados por Félix Rodríguez de la Fuente, incorporaron a los temas de conversación sobre la marcha aquello del cuidado del medio ambiente, que ellos ampliaron al ambiente entero. Este asunto fue ocupando cada vez más tiempo en sus caminatas de fin de semana en detrimento de la política y las batallitas de la mili.

Casi todos eran técnicos, es decir, obreros, amas de casa, maestros industriales, maestras de escuela, peritos, ingenieros, secretarias taquimecas, perforistas, sí, las que preparaban las tarjetas perforadas en los inicios de la informática… Los más felixrodriguezdelafuenteros propusieron llevar en las mochilas bolsas de plástico en las que recogerían todos aquellos materiales contaminantes que encontrasen por la ruta del día. Uno que era ingeniero introdujo una enmienda: que la porquería la recogiesen al bajar de las cumbres, no al subir.

–Ingeniero tenías que ser-, le dijo uno.

–Pues yo propongo, - intervino otro que era de aldea-, llevar alguna herramienta que sirva para cortar la vegetación que va cerrando los caminos y los senderos, algunas cañas de árboles, reboyas, espinos…

–Aldeano tenías que ser, le dijo otro.

Así, aparecieron algunos en la siguiente salida blandiendo machetes, listos para cortar caña en Camagüey. Otro portaban una fouz (hoz de mango largo), las señoras se decantaron por tijeras de podar y el gracioso de turno mostró un cortaúñas. De esas trazas continuaron yendo de monte una pila de años. Cuando todos ellos, ya jubilados, descendieron de categoría y pasaron de montañeros a senderistas, siguieron con la sana costumbre de recoger basura y limpiar vegetación de senderos y caminos. La gente de los pueblos veía desfilar a los domingueros aquellos recogiendo latas de conserva, botes de cerveza y de refrescos, botellas, paquetes de tabaco… Marchaban con toda esa porquería… ¿Por qué lo harían? Alguien les estaba pagando por recoger basura, seguro, nadie hace una cosa así por amor al arte.

Cuarenta años después, de aquel nutrido grupo de montañeros de Ensidesa, apenas resisten media docena en condiciones de caminar quince kilómetros sin cascar; unos cuantos entregaron la cuchara, otros andan por Benidorm, otros, en fin, achacosos o con pocas ganas, no pueden con su alma. En una de sus últimas salidas eran sólo cuatro, con un firme propósito: reparar un manantial, que para los bildeanos es la Fonte’l Bicheiro, de los bichos, al lado del sendero que sube al Muñón, a la orilla del río. Ahí salió la vena del ingeniero.

–¿Por qué lo llaman fuente si es un manantial? Hay que hablar con propiedad.

–¿Qué más te da? ¿Tanta diferencia hay?

–Pues sí. Un manantial brota del terreno sin más y una fuente ya es algo más trabajado, incorpora caños, bebedero, bañal…

Aquel manantial o fuente, de agua insuperable al decir de todos, llevaba “toda la vida” sin acondicionar para beber con un mínimo de comodidad; el agua brotaba de una oquedad tapada por helechos y musgo, en la que apenas se apreciaba un hoyo muy reducido donde malamente se podía introducir un tanque o un vaso y, con paciencia, esperar que el agua fuese entrando sin acompañamiento de porquería, tarea harto difícil.

Los cuatro amigos se repartieron el material en las respectivas mochilas: unas herramientas de albañil, dos tejas, unas varillas de acero y sendas bolsas pequeñas con cemento y arena; piedras no llevaron, sería como llevar fierro pa Bilbao. Tardaron hora y media en llegar al lugar:

–Esto va cada vez peor, no andamos un pijo, juraría que nos adelantaron dos llimiagos (babosas).

–Pero estamos aquí. Manos a la obra.

Retiraron la vegetación que ocultaba el manantial y excavaron en el talud buscando un punto más alto de afloramiento del agua para darle un poco más de caída y colocar una teja vertiendo agua desde un palmo altura para poder colocar un vaso o una cantimplora bajo el chorro.

Un par de horas más tarde, las dos tejas lucían sobre una base de piedras, todo bien rejuntado, dejando caer un chorro suficiente; aquella obra, con algo de suerte, duraría muchos años, con permiso de jabalíes, osos, vacas, venados de dos y cuatro patas… Finalmente, uno del grupo sacó un letrero de chapa de más de medio metro de largo y un palmo de ancho con forma de flecha, blanco y con letras rojas que rezaban: Fuente.

En la orilla del camino, a unos diez metros de la fuente, un carbacho tubao (roble hueco), superviviente de algún incendio, se agarraba a la vida con algunas ramas verdes; el que había llevado el indicador en su mochila, se dirigió al más veterano:

–Di un número del uno al cuatro.

–El cinco.

–Tocote el honor de clavar la señal. Ya vendrá el Principau a ponete la placa.

Así fue la cosa.

Seguiremos informando.

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