Opinión | In memoriam
Anita y el amor al prójimo
Una mujer con una visión de la vida enfocada desde su fe cristiana arraigada, alimentada y compartida
Venid, benditos de mi Padre...

Anita y el amor al prójimo / Juan Ramón Fuentes Jiménez
(Mt. 25, 31)
En la mañana fría del 27 de enero, muy temprano sonó el teléfono con llamada de Martín, el esposo de Anita. Mal presagio cuando hacía unas horas habíamos hablado. Su voz entrecortada me anunciaba lo que me temía, que su querida esposa, su Anita, nuestra Anita se nos había ido. Inmediatamente en mi interior, en el silencio de la mañana, resonó el Sermón de la Montaña, ese texto de San Mateo en el que se nos exhorta a seguir la Regla de Oro de Jesús de Nazaret, es decir, tratar al prójimo como a ti mismo y en el que llama benditos de su Padre a quienes han vivido amando, desde el servicio, a sus semejantes, al verlos como hermanos.
Anita ciertamente que es una de esas bienaventuradas que hicieron de su existencia un permanente y perseverante esfuerzo por vivir esa norma moral que vale para el cristiano, pero que es universal, sirve como camino para transitar por esta vida y que no pocos filósofos han versionado en su filosofía moral, como Kant, Hegel o Stuart Mill. Se suele recordar a un sacerdote cuando fallece, pero, con todo respeto, creo que también es edificante recordar a quienes colaboran con los sacerdotes en las parroquias, especialmente cuando conoces su trayectoria de servicio y entrega como es el caso. Anita era una mujer sencilla, con una visión de la vida enfocada desde su fe cristiana arraigada, alimentada y compartida con tantos que la conocimos. Anita era natural de Calavero, en Illas. Yo siempre he defendido que no se puede hablar ni entender históricamente a Illas si no es en relación con Avilés. Algo así ocurre con Anita, illense de nacimiento. Hablar de Anita de Calavero es hablar de Anita de la parroquia de San Juan de Ávila, en Avilés.
Anita es de esas personas que te encuentras en el camino de la vida y por las que das gracias a Dios. Yo tuve la fortuna de conocerla allá por el año 88 del pasado siglo, en la entonces parroquia de San Juan de Ávila que no tenía templo propio. Yo era un chaval en el Seminario en campaña de la misma institución acogido en dicha parroquia. Desde entonces han pasado 34 años que han sido de afecto, de amistad, de familiaridad, de cariño compartido con Anita, con su esposo Martín, con su familia, en Calavero y en Avilés.
La visión cristiana de la vida por parte de Anita le hizo vivir una misión concorde con su percepción. Anita durante 44 años de servicio a la parroquia de San Juan de Ávila se nos ha mostrado como una discípula de Cristo que no ha desfigurado el rostro del Buen Pastor y que ha tratado de servir a su iglesia parroquial, y así a la diocesana y a la universal. Pero Anita no sólo se centró en su parroquia domiciliaria, también estuvo a disposición en otras por las que se la conoce bien en el arciprestazgo avilesino. Ella se esforzó por hacer bueno el Sermón del monte, atendiendo a quienes acudían amablemente en el despacho, con su sonrisa amplia, abundante, generosa. Lo que su sonrisa nos decía, lo extendía Ana atendiendo al hambriento y al sediento desde Cáritas, vistiendo y calzando al desnudo y descalzo desde el ropero también de Cáritas, visitando al enfermo o impartiendo catequesis infantil. Ha hecho de todo y para todos. Anita ha sido un ejemplo de fe vivida, compartida no sólo con los más próximos del domus –de casa– sino también con su prójimo, sus vecinos, sus amigos, sus conocidos. La iglesia parroquial, la diocesana ha de agradecerle sus desvelos y entrega por los sacerdotes a quienes siempre sirvió con cariño y generosidad. Desde aquí yo las expreso. Ana con su modo de obrar nos ha dado una catequesis de fe sencilla, humilde, que ha conjugado el verbo servir en todos sus tiempos y modos, siempre dispuesta, siempre con la lámpara de su fe encendida, con esperanza y siempre procurando vivir conforme a Dios que llama cuando menos lo esperamos.
La vida le mostró hace unos meses su gesto más duro, a ella, a una comprometida en las campañas contra el cáncer, adentrándola en un proceso de enfermedad que ha tenido el desenlace que se esperaba. Pero la muerte, no porque la medicina dicte sentencia científica es menos dolorosa. La muerte nos coge siempre con el paso cambiado, y es por eso que produce el impacto del dolor, del vacío, de la tristeza. Son emociones esperables que expresan la reacción ante el hecho físico de la muerte. Es evidente que después de ese impacto, en la vida del creyente, sigue la fase de la integración de ese dolor desde la fe en la promesa hecha por Cristo, y que tantas veces compartimos Anita y yo, porque esa era la base de su fe.
Gracias Ana por tu amistad, por tu afecto, por tu cariño, por tus desvelos para con todos nosotros. Creo firmemente que el Sermón de la Montaña se ha concretado ya en ti, y el Padre Bueno te ha llamado porque eres una bienaventurada y te ha llamado para que pases a su Banquete y descanses. Descansa en paz querida Anita.
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