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Rogelio Ruiz

A la orilla de la Ribera

Recuerdos de infancia en Luanco, muy distinto al de hoy, salvo en el Socorro, con la gente del pueblo

Creo que es el olor. Miro atrás, con los ojos cerrados, y observo por la nariz las calles llenas de ocle, no se veía ni un coche, hasta debajo del cabildo, donde algún día de mala mar, pescadores en puerto, arreglaban las redes. Recuerdo algún joven muerto por recoger percebes. “Y luego dicen que el pescado es caro”. Veo la estructura de hormigón pintada de blanco, con ganchos, en el Gayo, para hacer con las mallas “antifunicular de carga”. Llega el olor de la madera y cola, y ahora distingo el costillar de lo que sería un barco, tras el portón abierto de las carpinterías de ribera, Roxín, Choli, la de Vega... Había otro portón que también espiaba, el de la Cordobesa, en Samarincha, que tenía un Rolls Royce tremendo, también aquellos años eran estos. Me sube por la nariz, muy intensa, acre, la fábrica de conservas de mi tío. Veo su nave destruida, como también, mucho más grave, “Pesquerías”, o “Cabo Peñas”. Huelo la brea, cuando se llamaba galipote, no chapapote, y a veces la gasolina, para quitarla de los pies viniendo del pedrero, porque algún barco, esperando entrada en el Musel, tiraba por la borda aquella amalgama, sin que nadie dijera entonces nada.

Me sorprende aún recordar el agua roja de la sangre de un matadero, bajo el puentín de piedra que nos lleva hasta el Dique. “Contrabando” gritábamos cuando se iba la luz, con tanta frecuencia, y era verdad... La luz de la linterna que enfocando hacia el suelo te llevaba a tu asiento de madera en el Cine. Respiro las patatas fritas de “Misuri” en la playa, ¡soplando para inflar las bolsas de papel!, oigo también, como una anáfora: “la furgoneta encarnada, de pan de leña, se comen solos”. Recuerdo aquel pedrusco enorme en medio de la arena. El aroma de Nivea, el plástico caliente de los juegos hinchables, la toalla bien seca, me envolvía mi madre, tras el baño. Y en invierno: los fósiles, los cristales, los cantos, las rocas y ese plano de mar que sube y baja y ordena la vida del lugar.

Oigo los graznidos de gaviotas que aún no habían emigrado a vertederos. Escucho, estando alegres en la arena, las campanas a muerto, que no saben de playa y que te inquietan, ¡así que espera a hacer la digestión! Cómo no, Mongo, que decían que comía muiles y otro señor con un arco que los cazaba desde el Muelle. Veo la sonrisa de Herminio el heladero delante del Guernica. Al Raspa medio vestido de capitán vendiendo rifas para las fiestas. Recuerdo, cuando era sentida, la procesión del farolillo, qué silencio, qué tensión, qué lujo para un niño. El tiempo era distinto, alargado. El Tenis Playa cinco días, y todo el verano montando y desmontando. Tres meses de vacaciones de San Juan a Covadonga.

Y luego, todo el invierno, los fines de semana. Cuantos días pasé en Bañugues, buscando caracolas, ¡y había muchas! Los dueños ponían nombre a los bares, los bares ponían nombre a los sitios: Oliva era Verdicio, Pirulo el Cabo Peñas, Ramonina Aramar (luego Chinela), Margot era Moniello… Se fue el Molín del Puerto con Rogelio. Un verano, no se sabe porque, había que ir a la Figar por el cachopo, otro al Astillero de Aramar, que se convertía en el sitio de copas mejor del mundo… con la batuta de Pachucho. “Chorizadas” en la Mofosa, ir a por moras, chocolatada… Luego guateques en la panera de Balbín… Huelo también en los inviernos, y en algún verano muy lluvioso de aquellos, la goma de las botas amarillas que comprábamos al Guache, y las horas en el Ayuntamiento (que pena me dio que lo tirasen), comiendo pipas bajo su vuelo. Luego: “las bicicletas son para el verano”. Qué guapo ir hasta Moniello, a las pozas y darte un baño. ¿No sabíais que era un gneis? Ni falta que tenéis. Y qué pasada ir en invierno, sentirte en medio del océano…

No sé si esto que veo ahora es Luanco, hay que buscarlo hoy de otra manera, por el Socorro con la gente del pueblo; en junio o en septiembre, de mañana, temprano, cuando el sol se eleva del horizonte plano y entra por la Ribera, rompiendo sobre el agua, brillos sobre cristales, y espumas en la arena, igual que entraba antaño...igual que aquellos años. No conozco Luanco y el mar está enfadado.

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