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Fernando Álvarez Balbuena

Patria y política

Observaciones al hilo de la presión fiscal española, los mantras de las “verdades oficiales” y el sectarismo partidista

Desde la frustración y el pesimismo que la actual situación de España imprime en nuestra conciencia, me atrevo hoy a hacer algunas reflexiones que, lejos de mejorar el pensamiento colectivo, calculo que aún lo harán más oscuro y más impotente para afrontar esta etapa de nuestra política que no nos has traído más que cansancio, rabia y desánimo.

Y lo peor es que la solución no parece que pase, o pueda compensarse, al menos en parte, gracias a unas nuevas elecciones que cambien de raíz las malas costumbres en que ha venido a caer la práctica de la política. No solo por el actual partido gobernante (o coalición, como prefieren denominarse todos ellos), sino por toda la clase política en general.

El horizonte socio-político español ha cambiado de forma tan radical que todas las definiciones de los tratadistas clásicos, como Platón, Aristóteles, Cicerón o Séneca, quienes consideraban el interés de la nación muy por encima de las conveniencias particulares, ha caído en el desuso más evidente y ha sido rebasado por los intereses de los partidos y, dentro de estos, por los de los dirigentes más conspicuos, cuyo único fin, medio y principio, consiste en mantenerse en el poder, cueste lo que cueste.

Y, desgraciadamente, lo que cuesta es muchísimo, nada menos que el empobrecimiento de la nación, cuyo remedio no es otro que subir los impuestos, con lo que la clase política continúa disfrutando de sus sólidas prebendas; la clase “rica”, haciéndose pobre; y la pobre, miserable.

Y para justificar las constantes presiones fiscales no se les ocurre otra razón más brillante ni de más peso que compararnos con otras naciones de “nuestro entorno”, en las que los impuestos son más altos que en España. Todo ello sin tener en cuenta que tanto la producción como el consumo, los salarios, la protección a la gran industria, las iniciativas de emprendimiento de sus ciudadanos y, en suma, el nivel de vida, son mucho más altos que en España y el pago de altos impuestos se compensa con la recepción de unos servicios sociales de los que en nuestro país estamos muy lejos de gozar.

Pero los políticos tienen un arma poderosa para luchar invencibles contra las críticas de la gente sensible a sus manipulaciones. Esta arma son los medios oficiales y los afines de comunicación; es decir, prensa , radio y televisión, a través de los cuales distraen la atención con informaciones manipuladas y con asuntos de mediocre entidad, pero contra los que los medios independientes tienen nulas posibilidades de combatir, ya que subvenciones, presiones y ventajas, son todas para sus afines.

Y en este terreno se crean verdades oficiales, tan falsas o tan triviales como numerosas, que originan distracciones en el público. Este, influenciado por tales medios, atiende a los infundios o novedades sin importancia, y descuida la discusión y reflexión sobre los asuntos que verdaderamente son cruciales para el bienestar de la patria. A éstos se les quita literalmente la importancia que tienen, distrayendo así la atención pública y encaminándola hacia nimiedades que, en rigor, a nadie interesan, salvo a un público domesticado que seguirá votándolos pase lo que pase.

A todo este entramado de manipulaciones se unen afirmaciones que a cualquier persona sensata le hacen perder la paciencia. Así, por ejemplo, se pone en cuestión al Gobierno de la Comunidad de Madrid, por gravar a sus ciudadanos con impuestos menos agresivos que los de otras comunidades y, en vez de poner el acento en la admiración administrativa madrileña, de los ingresos y gastos, como un ejemplo de austeridad y buen gobierno, se le afea su meritoria conducta, se le tacha de insolidario y se le exige que suba más sus impuestos para igualarse a los del resto de España, en vez de hacer justamente lo contrario, poniendo de ejemplo la ponderación madrileña frente al uso y abuso de unos regímenes fiscales que, muchas veces, son verdaderamente injustos y desproporcionados.

Pero cuando a ellos les tocan las críticas de las redes sociales o de los medios de comunicación independientes, su táctica cambia por completo.

Es el desafortunado caso del Ministro de Consumo, que hace unos pocos días se permitió hacer una crítica en Inglaterra sobre la producción de carne en España. Esto creó una tormenta de imprecaciones y protestas que pedían, incluso, la dimisión del Ministro. No solo por parte de la oposición, sino incluso dentro de la propia coalición gubernamental.

El señor Presidente, viendo tambalearse su autoridad en el Gobierno, lanzó la siguiente consigna: “Ya ha pasado el tiempo y es hora de pasar página”.

Y yo me pregunto: “¿Cuánto tiempo ha pasado desde la muerte de Franco? ¿No será hora ya también de pasar página?”

Pero a esto no parecen dispuestos nuestros gobernantes, pues siguen manteniendo en Franco una cantera de argumentos de los que a ellos les gustan para ganar las elecciones.

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