La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Alfonso López

Siempre con nosotros

Las últimas horas de un hombre enorme que deja una huella profunda en Avilés y que quiso morir oyendo a los niños jugar

Si hay algo que todos queríamos ser de pequeños, era sencillo: ¡todos queríamos ser como don Ángel Garralda! No dejaba indiferente. Cada piedra de San Nicolás tenía un porqué, un para qué. Nada escapaba a sus cálculos, que estaban muy claros: los niños más necesitados de Avilés. Pero es que, además, en cada procesión de Semana Santa dejaba huella: sus sermones marcaban época. Por no hablar de tantas y tantas actividades, junto a la cofradía de El Bollo, la Escuela de Artes y Oficios, la Fundación Hospital Avilés, Maestría… Al final, todos desistíamos, era imposible… Don Ángel era único.

Ayer, jueves, me tocó acompañarle en sus últimos momentos. Entre mis brazos, sostenía a un hombre cansado ya de luchar, mermado por la enfermedad… ¡pero era nuestro don Ángel! El mismo que abrió la puertas de la iglesia para que durmieran aquellos primeros que llegaron a Ensidesa, el mismo que construyó un colegio para remediar la necesidad escolar de tantos niños. Un don Ángel que nunca supo qué era la cobardía o la indiferencia… ¡toda una historia! Y toda, cogida entre mis brazos. En ese momento, sólo le pude decir: ¡don Ángel, ha merecido la pena! Y cruzó la meta, mientras le susurraba al oído lo que a pleno pulmón cantó en los funerales de nuestros seres queridos: “Estrella de los mares”

Hoy, viernes, llega su cuerpo a San Nicolas, a su parroquia del alma, para nunca mas salir de ella. Entrará por la misma puerta que él construyó en 1960 en la plaza de Álvarez Acebal. Y le recibirán las personas a las que más ha querido: los alumnos de su colegio. En la capilla de la Inmaculada, junto a San Francisco Javier, velaremos su cuerpo. Esta capilla es testigo de su quehacer con la Adoración Nocturna y sus jóvenes.

Y para su solemne funeral, llevaremos –según sus propios deseos– su cadáver por el claustro, lugar del recreo del colegio que él reconstruyó… porque quiso morir oyendo a los niños jugar. Su féretro –llevado a hombros por sus jóvenes de la Adoración Nocturna– reposará para la eternidad entre estos mismos muros: las piedras de este San Nicolás del alma por el cual ha desgastado su vida, ha hecho historia.

No es fácil hacer una semblanza de don Ángel. No me atrevería. Pero quizá si me atrevo con algo mucho más sencillo: las gracias, los abrazos, las miradas cómplices, el esfuerzo compartido, la lucha tenaz… Tantas personas agradecidas que han formado parte de la vida de este sacerdote que ya contempla, cara a cara, la Verdad encarnada de un Dios al que nunca renunció.

Compartir el artículo

stats