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Milio Mariño

La otra guerra

Los valores éticos y morales no entienden de género

Como la sinceridad es ante todo, no sabría decirles si me lo enseñaron o lo aprendí por mi cuenta, pero soy de los que abren la puerta y dejan pasar primero. No hago distinciones. Cedo el paso igual a hombres que a mujeres. Sé que es una costumbre anticuada y prácticamente en desuso, pero me mueve un impulso que no controlo. Abro la puerta, esbozo media sonrisa y digo por favor en tono de súplica, aún a riesgo de que me llamen carca. Estoy advertido, pero da lo mismo. Sigo haciéndolo a pesar de que ya me avisaron de que cuidado con ser amable porque hay quien puede molestarse y tomarlo por un gesto de superioridad inaceptable. O, peor y más peligroso, por un gesto machista que deja en evidencia a quien lo practica.

Si alguien preguntara cómo hemos llegado a esto, cómo un simple gesto puede condenarnos y hacer que nos sitúen en el bando equivocado, apuesto que nos encogeríamos de hombros y no diríamos ni palabra. Cierto que parece absurdo, pero es lo que hay. Y, quieras que no, afecta. Supone enfrentarnos con un dilema que no deberíamos tener. ¿Qué hago? ¿Entro primero y no doy pie para que me reprochen nada, o sigo haciendo lo que me gusta y que sea lo que dios quiera? No trato de hacer ninguna caricatura, señalo hasta dónde han llegado las cosas en ese afán por afear las cualidades del hombre y ensalzar las de la mujer. Ahora mismo los buenos modales, la sensatez y la tolerancia están siendo sustituidos por la intransigencia y el rencor. Los extremismos condicionan la convivencia y aguantamos callados lo que resulta indignante para cualquier persona sensata.

Es evidente que se han pasado de la raya. La prueba del nueve la tenemos en lo que acaba de ocurrir con ocasión del 8 de marzo y la guerra de Ucrania. Se pidió paz para las armas, al tiempo que se reavivaba esa otra guerra, afortunadamente incruenta, entre el feminismo y quienes lo combaten con argumentos inaceptables. Solo hay que ver las opiniones y los comentarios que surgieron en ambos lados. Desde el feminismo se dijo que Putin es el mejor ejemplo de la hipervirilidad y el machismo que caracteriza a los hombres, se calificó el conflicto como una pelea de señoros contra señoros y se completó el discurso con la acusación de que ver a una mujer con un rifle de asalto entre las manos es el sueño húmedo de los hombres.

Del otro lado, no solo no se quedaron atrás sino que cayeron, incluso, más bajo. En cuanto oyeron que Rusia y Ucrania habían acordado crear corredores humanitarios para evacuar a mujeres y niños, enseguida alzaron la voz para reprochar a las feministas que no se posicionaran en contra de la discriminación. Les afearon que las mujeres aceptaran de buen grado un trato privilegiado por razón de su sexo. Las dos posturas me parecen deleznables. No existen dos mundos opuestos, uno masculino y otro femenino. Los valores éticos y morales no dependen de la condición de género. Y, la amabilidad, los buenos modales y la educación tampoco.

Tengo entendido que lo de ceder el paso, antes de franquear una puerta, es de la misma época que: las mujeres y los niños primero. Suscribo los dos postulados. Tal vez sea más igualitario el sálvese quien pueda, pero no me gusta.

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