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Milio Mariño

Epígrafe

Milio Mariño

El voto y el veto

A cuenta de las elecciones que hicieron posible que Vox y el PP compartan gobierno en Castilla y León

Quienes se rieron y tomaron a broma aquello que dijo Vargas Llosa de que lo importante en unas elecciones es votar bien porque los que votan mal acaban pagándolo caro, deberían arrepentirse y copiar cien veces, como penitencia, el resultado de las elecciones que hicieron posible que Vox y el PP compartan gobierno en Castilla y León.

A estas alturas, cabe suponer que se habrán dado cuenta de que eso de que el pueblo nunca se equivoca es falso. El pueblo es soberano, pero no significa que sea sabio. En realidad, suele ser torpe, ingenuo y manipulable. Suele equivocarse a menudo y acierta de vez en cuando. Está en su derecho. Ese, precisamente, es el precio de la democracia. No vale, o no debería valer, que intentemos enmendar sus errores echándole la culpa a los elegidos en vez de a los electores.

Pero volvemos a las andadas. Insistimos en la mala costumbre de salvarle la cara a la gente y disculpar que vote lo que, a veces, vota apelando a que tal vez no sabía el alcance de lo que votaba. Por un lado reconocemos que el pueblo es soberano, que puede votar a quien quiera, y por otro, cuando lo que ha votado nos parece un disparate, tratamos de disculparlo y quitarle la responsabilidad que, sin duda, tiene.

No valen disculpas, el pueblo es responsable de lo que vota. Así que lo lógico sería que cargara con las consecuencias. Es decir, nada de cordones sanitarios ni paños calientes. Nada de enmendarle la plana cuando vota a los neofascistas por más que insistan los partidos de izquierdas y hasta los de derechas, incluido Pablo Casado y el presidente del PP europeo, Donald Tusk.

En las elecciones de Castilla y León la gente votó de forma mayoritaria a la derecha y la ultraderecha, pues ahí los tienen: con su pan se lo coman. Que sean la derecha y los ultras los que gobiernen. Lo mismo que las sentencias judiciales deben ser acatadas aunque no nos gusten, la voluntad popular expresada en las urnas también debe ser aceptada sin cortapisas. Sin recurrir al famoso cordón sanitario que algunos invocan y no deja de ser un engañabobos porque si el PP aparta a los ultras y no los deja entrar en el gobierno, pero consigue su apoyo a cambio de hacer su política, ya me dirán dónde está la eficacia de la medida.

La idea de impedir que la ultraderecha gobierne solo sirve para convertirlos en víctimas y favorecer su estrategia. Hay que dejar que gobiernen y que la gente disfrute de su política. Lo mismo así algunos caen del caballo y no vuelven a subirse. El regreso al franquismo y la reivindicación de que esos valores encarnan la verdadera identidad y esencia de España, conforman el principal argumento de quienes consideran que la democracia, la tolerancia y la solidaridad son síntomas de debilidad mental.

Pues muy bien, estaremos atentos a ver en qué se traduce esa alianza de la derecha con la ultraderecha racista, homófona, antifeminista y antieuropea. En principio cuentan con un respaldo electoral importante, de modo que más vale gestionar el peligro que negarlo; más vale probar nuevas estrategias que recetas antiguas. Poner el grito en el cielo, llamarlos fascistas y exigir un cordón sanitario puede servir como desahogo, pero la realidad es la que manda y contra ella no hay veto que valga.

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