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Milio Mariño

El pacto que todos quieren y ninguno acepta

El evolución entre el discurso de la derecha y de la izquierda

Uno de los problemas que tenemos en España es que ni en los momentos más duros y difíciles nuestros políticos son capaces de dejar a un lado sus diferencias y establecer un pacto en pos de un interés común que todos dicen defender. Eso dicen, pero luego, en la práctica, ejercen una política que consiste en machacar al contrario y hacerle cuanto más daño mejor. Leña al mono y, de paso, también a nosotros porque no conviene olvidar que un político que luego sería ministro de Hacienda se despachó con aquella frase que, desgraciadamente, se hizo famosa. “Si cae España que caiga que ya la levantaremos nosotros”.

Seguimos igual. Hay políticos y partidos que no les importa quedarse tuertos si al otro lo dejan ciego. Llegar a un acuerdo para superar la complicada situación que tenemos parece imposible, sobre todo por parte de la derecha pues, en España, los partidos de derechas son muy distintos a los del mismo signo que hay en otros países de Europa. La derecha española entiende la democracia igual que en tiempos de Franco: no tolera que gobierne la izquierda. Considera que lo natural y lo lógico es que gobiernen ellos. Todo lo demás lo tachan de ilegitimo aunque sean minoría y hayan perdido las elecciones.

No evolucionan. El discurso y los argumentos son los mismos de hace cuarenta años. Pero la izquierda también vive un poco de eso, de la teatralización del miedo a la derecha y los ultras y de decir que es imposible llegar a un acuerdo.

Así estamos, con la izquierda y la derecha a la greña y sin que se reconozcan culpables del ambiente de crispación al que hemos llegado. Unos acusan a Vox y los otros a Podemos. Poco importa que el país tuviera que afrontar una pandemia y ahora las consecuencias de una guerra, nadie parece dispuesto a suscribir un pacto, si por pacto se entiende que unos y otros deberían rebajar sus pretensiones y hacer alguna concesión para llegar a un acuerdo.

En principio, la izquierda y la derecha, difieren en todo, pero las diferencias están más en las formas que en el fondo. Ni unos ni otros tienen margen para hacer la política que quisieran. Ni el socialismo puede fiarlo todo al papel del Estado ni los de derechas al liberalismo económico. La realidad se impone y dicta sentencia. Así lo entendieron en Alemania, dónde el partido liberal de derechas, FDP, comparte gobierno con los socialistas del SPD. Allí, a nadie se le ocurrió que, heridos por la pandemia y afrontando una crisis bélica, procediera reclamar una bajada de impuestos y desprestigiar la inversión pública en materia de ayudas sociales. Abordaron el problema teniendo muy claro que ningún partido debía aprovecharse de la situación para conseguir más votos. Fueron patriotas de verdad, no de los que presumen con la banderita en la pulsera.

Nadie imaginaba que pasara lo que está pasando, pero estamos en tiempos de guerra y una guerra siempre supone un coste económico. Por si fuera poco, aún sufrimos las consecuencias de la pandemia. No sé qué más tiene que pasar para que los políticos tomen conciencia de que es imprescindible combatir la situación actual desde la unidad de las fuerzas democráticas, aglutinadas en torno a un nuevo pacto que bien podría llamarse el segundo de la Moncloa, o el primero de la calle Génova.

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