Dan ganas de hacerse la pregunta del título de este artículo cuando vemos la actitud del “Govern” de Cataluña, afirmando que España es un Estado represor y que la judicialización de la política, metiendo en la cárcel a los parlamentarios secesionistas, no hace otra cosa que impedir el diálogo entre el Gobierno catalán y el de España.

A qué jugamos

Habría que decir, para empezar a aclarar conceptos, que la pretendida igualdad de ambos gobiernos es falsa, porque no pueden tratarse uno a otro de “tú a tú”, toda vez que Cataluña es solo una parte de España (mal que les pese) y el Gobierno de la nación no puede supeditarse a las exigencias de una parte de ella, sea Cataluña, el País Vasco, Galicia o cualquiera otra, las cuales sí que son iguales entre sí, pero no iguales al Gobierno ni al Parlamento de España.

Pero la cosa es aún peor, cuando los dirigentes catalanes reclaman un diálogo de igual a igual, simplemente sobre la independencia nada menos, cosa que no cabe dentro de la ley y que constituye un delito de sedición, por no hablar del posible de rebelión, si continúan acercándose cada vez más a la vía violenta.

Quisiera que el señor Presidente de la autonomía catalana o su jefe Puigdemont, que mueve los hilos desde el extranjero, nos dijeran de qué quieren hablar seriamente, porque invocando la independencia catalana, como república fuera de España, no hay nada que negociar y solamente cabe la aplicación de la ley a los delincuentes, lo que no es represión sino simple y llanamente la acción legítima de la Justicia.

Pero esta reflexión excede a la comprensión de la familia separatista y continuamente hacen todo lo posible por aparecer como víctimas, enarbolando banderas ilegales, quemando retratos del Rey y diciendo y haciendo una serie de manifestaciones que, cada vez más, excitan los ánimos de todos los españoles que acaban viendo como enemigos a unos compatriotas que por causa de dirigentes malvados se comportan de forma ilegal y, al menos, moralmente condenable.

Todo tiene su principio y su final. El principio nació de unos sentimientos separatistas, que fueron en aumento sin que nadie hiciera nada desde el gobierno nacional para cortarlos. El final está por ver, pero estamos jugando a un juego muy peligroso, y la aplicación del artículo 155 de la Constitución no debería de retardarse más, porque hemos llegado a un terreno de arenas tan movedizas que acabarán por tragarnos a todos, sumiéndonos en la miseria más degradante y “contra natura”.

No sé qué extraño complejo invade el ánimo de nuestros gobernantes y les impide una acción valiente y digna. Ya está bien de contemplaciones, porque cuanto más se tarde en hacer uso de la fuerza legítima, por parte del gobierno de la nación, peor para todos.

Pero lo malo es que, gracias a la excesiva división de partidos que existe en España, rara vez hay uno que gane por mayoría absoluta las elecciones y, entonces, para formar gobierno se pacta con otras formaciones, aunque sean de una ideología tan devastadora como la catalana.

Está visto que para los políticos lo importante son sus intereses, el principal de los cuales es sentarse en el Gobierno por tiempo indefinido y que los intereses de España son, no simplemente secundarios, sino indiferentes a sus ambiciones. Lo malo es que jugando a este peligroso juego, quien pierde siempre es nuestra pobre España, a la que si Dios no ayuda veremos pronto en el más completo desastre...

Y no vale culpar de nuestros males a la pandemia, a la guerra de Ucrania ni a otras adversidades, como precios de alimentos, combustibles o huelgas salvajes, porque la verdadera adversidad está en la inacción los políticos, así como en la ignorancia de la ciudadanía que los vota sin meditar suficientemente en sus desquiciadas trayectorias.

Este es el nudo de la cuestión, lo demás es retórica.