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Carmen Nuevo

Mis amigos avilesinos: Bernar

Casualidades, símbolos y conexiones inesperadas

Conocí a Bernar hace muchos años, cuando coincidimos en una clase de inglés en Avilés durante un verano. Si bien, echaba de menos no poder estar todo el día en la playa, mi actividad favorita en aquellos tiempos despreocupados, debo admitir que los compañeros de clase eran muy agradables y simpáticos; pero de Bernar, además, se podría decir que era verdaderamente feliz, no solo por su permanente sonrisa, también por la mirada vivaracha que se percibía bajos sus lentes, pero, sobre todo, por su actitud; por lo que aquellas clases de inglés bajo los soportales de Galiana, no fueron nada tediosas, sino que transcurrían de forma muy divertida, oyendo siempre las joviales carcajadas de fondo de Bernar que suplían muchas veces las respuestas que –un tanto ansiosa– esperaba la profesora.

Transcurrieron muchos años después de aquello, y un día casualmente coincidimos en Oviedo y nos contamos a grandes rasgos que había sido de nuestras vidas; pero lo que más me impresionó es que Bernar se había convertido en un auténtico pintor muy interesante, y además había conocido a Juana, la prima de mi madre, la cual había sido también una excelente pintora. Los dos lamentamos mucho su pérdida…

El mundo está lleno de casualidades, símbolos y conexiones inesperadas, y eso es lo que pienso, mientras ya subida al autobús, contemplo algunas fotos que Bernar me ha pasado de sus cuadros. Me explicó también que comenzó a pintar, a dibujar, prescindiendo del fondo, sin saber por qué, como generalmente suceden las grandes cosas, hasta que esos espacios vacíos se fueron llenando de distintos motivos, a veces, oscuras colmenas, anagramas o emblemas, que profundizaban aún más en esa sensación de soledad humana.

Qué gran artista eres, Bernar, y con que sencillez lo evidencias. Recuerda que debes avisarme para tu próxima exposición, entre tanto, me quedo, se podría decir que suspendida, en esos paisajes que recreas de cielos difuminados y flores blancas y encogidas, rodeadas de verdes hojas luminosas. Qué hermoso sería el mundo repleto de esos silencios, de esos árboles frondosos, de esas panorámicas que reflejas, tan solo, aparentemente ingenuas…

El autobús ya casi ha llegado a la estación de Avilés y, de nuevo, rememoro aquellos tiempos que, sin darnos cuenta, nos trajo cosas tan importantes como la amistad, esa que durante el paso de los años, si es auténtica, se vuelve imperecedera, a pesar de que no nos veamos de continuo, a pesar de que creamos habernos olvidado de anécdotas que nunca fueron insignificantes.

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