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Milio Mariño

Paisaje con tatuajes

El creciente número de personas que decoran su cuerpo con dibujos y pinturas

El buen tiempo ha llegado como suele llegar casi siempre, como un cuento de hadas en el que la madrastra del frío regresa a su castillo enfadada. No soporta que el sol luzca espléndido, aunque todavía tibio, ni que los días se alarguen para facilitarnos la vida social o que los indiscretos puedan entrometerse en los cuerpos ajenos, ya sin abrigo. Tendrá que fastidiarse porque las piernas, los brazos y los escotes vuelven al descubierto y enseñan la carne pálida o pintada con esos tatuajes que no veíamos y ahora vemos para orgullo y satisfacción de los tatuados. Que son los que más disfrutan porque para eso se tatúan, para enseñarnos lo suyo. No les pasa como al que tiene un pene de veinticinco centímetros, que no puede andar por ahí enseñándolo. Puede disfrutarlo, eso por supuesto, pero se pierde la satisfacción de sentir la admiración del público.

La gente tatuada conforma, en buena medida, el estilo de vida actual. Un estudio de la Academia Española de Dermatología señala que el 15% de la población, y más en concreto uno de cada tres españoles de entre 18 y 35 años, ha decidido tatuarse la piel. El citado estudio, también apunta que hay dos motivos principales por los que la gente se tatúa. Uno sería subrayar su identidad personal y el otro inmortalizar ciertos momentos, tanto los que identifican como de mucha felicidad como aquellos que les han dejado una huella muy negativa.

Sea por lo que fuere, hacerse un tatuaje es algo muy personal y, si me apuran, incluso íntimo, pero la gente no se tatúa para mantener su tatuaje en secreto. Le gusta enseñarlo y que los demás lo veamos. Buscan nuestra mirada y, lejos de sentir vergüenza, sienten orgullo. Por eso los tatuajes suelen hacerse en una parte del cuerpo que se pueda enseñar sin problemas. Aunque hay gente discreta no creo que sean muchos los que decidan tatuarse en el culo “Carne roja asturiana”. No porque la frase sea poco poética, que lo es, sino porque supone gastarse una pasta y que, al final, solo lo vean tu pareja y el médico.

Sobre gustos hay mucho escrito, pero ese sería otro debate. En lo que estamos es en que el paisaje se ha llenado de tatuajes. Tatuajes que, sobre todo, se hacen los jóvenes a imagen y semejanza de los deportistas de élite, los músicos y los artistas. Una moda que no es como si te afeitas la cabeza, dejas barba o adornas la nariz y los labios con dos tornillos y un par de tuercas. No es lo mismo, porque incluso el piercing, que está en retroceso, es reversible. Cuando lo quitas, la cara puede quedarte como un queso gruyere, pero siempre se notará menos que si te tatúas un dinosaurio en la frente.

Los tatuajes son para toda la vida. Si se pasan de moda no podemos meterlos en el armario. Un detalle en el que tal vez no reparen quienes deciden cubrir su cuerpo de tinta. Pero, dios me libre de dar consejos y menos de aguarles la fiesta a los que aprovechan el buen tiempo para enseñarnos su cuerpo tatuado. Mi deseo es que disfruten porque aún falta mucho para que sean abuelos, los tatuajes ya no se lleven y sus nietos digan, horrorizados: da cosa ver lo que tienes pintado en la piel.

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