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Milio Mariño

Un jabalí y una señora de Cuenca

Los animales silvestres con derecho a disputar el uso de los espacios urbanos

Espero que estén conmigo en que los derechos de los animales, de todos los animales, incluidos usted y yo, no son absolutos. Todos tenemos que acatar y respetar unas normas de las que ni siquiera los jabalíes, por mucho que estén protegidos, pueden librarse. Así que es lógico que mucha gente pusiera el grito en el cielo al enterarse de que, hace unos días, un jabalí mordió a una señora de Cuenca que tomaba el sol en una playa de Alicante.

Aunque el suceso causa sonrojo, es muy probable que la indignación fuera mayor si a la señora, en vez de un jabalí, la hubiera mordido un señor. Entonces sí que se habría armado un buen lío, la gente habría salido a la calle y la condena sería unánime por más que el señor se desgañitara gritando que había sido en defensa propia.

Los jabalíes están muy consentidos; se les permite prácticamente todo. La prueba es que algunos medios casi culpan a la señora. Dijeron que el suceso había sido fortuito. Que el censo de jabalíes en España supera, de largo, el millón de ejemplares y que, estadísticamente hablando, la probabilidad de que aparezca uno en la playa es abrumadoramente más alta de la que pueda corresponderle a una señora de Cuenca, una ciudad que solo tiene 54.898 habitantes.

Al parecer, vale cualquier argumento para justificar que los jabalíes tienen derecho a disputarnos el uso de los espacios urbanos. Nos salva que, de momento, prefieren más la montaña, pero hace un par de años una jabalina y cinco jabatos decidieron pasearse por Salinas y provocaron cierta polémica entre los vecinos. Mientras unos urgían una solución para que no se acercaran a la playa otros jugaban con ellos y los alimentaban atrayéndolos con comida.

No es lo normal. Lo normal es que la gente proteste y reclame que se solucione un problema que cada vez es más grave. Los ciudadanos llevan ya mucho tiempo insistiendo en que deberían tomarse medidas para evitar la presencia de jabalíes en las zonas urbanas. Nadie les escucha.

Las autoridades siguen instaladas en una estúpida dejadez que justifican apelando a una interpretación, disparatada y maximalista, de las leyes de protección animal. Pasan por alto, sobre todo las autonomías y los ayuntamientos, que su deber es proteger a los ciudadanos, al menos, igual que a los jabalíes. La seguridad en las vías de acceso, las calles y los espacios públicos es responsabilidad suya. Pero lo ignoran por completo. Y, la imprudente dejación de esas obligaciones es lo que está facilitando los temerarios garbeos de los jabalíes por los sitios más insospechados.

Todo apunta a que el problema no está previsto que se solucione. Así que tendremos que seguir conviviendo con los lobos y los jabalíes, y también con las palomas, las gaviotas, los gorriones y todos los animales, tradicionalmente silvestres, que decidan compartir con nosotros la contaminación, los atascos y el estrés cotidiano.

Lo que pasó en Alicante, a las autoridades no les preocupa. Lo siento por esa señora que acabó en el hospital mordida por un jabalí. Lo siento por ella, por nosotros y por la mala puntería del destino porque si en vez de a una señora de Cuenca, el jabalí hubiera mordido a un turista inglés o alemán, entonces, a lo mejor, se tomaban medidas para que el suceso no volviera a repetirse.

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