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Carmen Nuevo

Frente a la casa de nuevo

Habían transcurrido cuatro años desde aquel día de noviembre, en el que el paseo me condujo inexorablemente hacia la casa cuya visión desde el recuerdo, aún hoy, me llena de desasosiego; pero es difícil de explicar, por qué deseamos regresar a lo que nos aterra o asusta. Quizás porque los días oscuros en los que el alba despunta gris e inundada de graznidos de cuervo, –querámoslo o no– nos transmuta en otros seres irreconocibles, incluso, hasta para nosotros mismos.

Sentí que una poderosa sensación pugnaba en mi interior por reencontrarme con la casa en la que aquellos seres atemporales y fantasmales se evidenciaron ante mí, aunque solo fuese por un instante.

Hoy la tarde era tranquila apacible, distinta de aquella otra, en la que la lluvia arreciaba y se fundía con la velocidad del rayo en la noche, sin embargo, algo había en aquel silencio, en aquella niebla gris que me incomodaba, era como si la muerte se hubiese vuelto más indefinida, pero también más evidente…

Caminé dos largas horas y comprendí que el regreso, en el caso de que lo hubiese, sería ya totalmente a oscuras, pues aquellos senderos carecían de alumbrado. Palpé instintivamente la linterna en el bolso de la gabardina para darme tranquilidad y anudé con fuerza la bufanda, fue entonces cuando percibí de nuevo aquel aroma dulzón e irrespirable que propiciaba el mareo, me sujeté en un tronco y reconocí el tejo, miré hacia arriba, su copa era inmensa, después examiné de nuevo la puerta oxidada a medio abrir. No había nadie y me adentré hasta que me acerqué a la casa que me contemplaba con fría indiferencia. Percibí un ligero brillo en una de las ventanas del tercer piso mientras sentía una humedad escalofriante en la espalda.

–Los temores deben encararse, pensé, mientras oía el estruendo de lo que parecía ser una especie de trompeta.

–¡Ya está bien!, me dije a mí misma, moviendo ligeramente la puerta de entrada. Un inmenso vestíbulo cubierto de enredaderas era la primera de las estancias, decidí girar a la izquierda y vi una inmensa cocina, allí hacía más calor sin duda. Entonces no vi el peldaño y me retorcí el tobillo, en la caída me di un golpe en la nariz y creo que me quedé inconsciente…

–Y creo que me quedé inconsciente, repetí en la sala de urgencias del hospital y por más que lo intento no recuerdo ni sé cómo llegué hasta aquí ni siquiera quién me trajo.

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