La espinera

Adán, desde tus ojos

Cuando la nostalgia duele

Carmen Nuevo Fernández

Carmen Nuevo Fernández

Llega de nuevo diciembre, Adán, ese mes que tanto te gustaba por la nieve en las cumbres, las luces en las calles y la playa libre y solitaria para que los perros jugasen en la orilla, esquivando las pequeñas olas heladas. Otro diciembre que nos acerca a ti por esa luz tan certera que lastima la verdad de las ramas desposeídas de espesura y en el que todo lo verde se torna gris y aun así armoniza con tu esencia más clara.

Desde aquella Navidad de 1998, en que nos dejaste, ya no oímos el júbilo de las campanas ni la alegría de los salones de las casas, aunque celebramos las tormentas de nieve de las postales navideñas desvaneciéndose silenciosas en mi corazón cristalizado por el hielo y, en el que, sin embargo, reside para siempre tu calor que nos alumbra como una lámpara de carburo imperecedera.

Querido Adán, nunca hay olvido en el rescoldo del amor, nunca en las chispas de las chimeneas ni en el reflejo de los cristales de las ventanas, a las que acercabas tu cara y tu mirada soñadora.

Qué días tan felices aquellos, Adán, los de turrones, dulces, mazapanes…, aquellas tardes corriendo con Karla, el perro, el gato y los peluches; los colores simples, la ternura del invierno, los cuentos compartidos, los partidos de fútbol del Oviedo, la montaña de Covadonga…

Qué vacío cuando regresamos tras la estancia en el hospital de Barcelona, y yo sin dejar de abrazarte con todo el amor de una madre, y yo sin dejar de abrazarte…

Las noches, que pudieran ser de otro modo, refulgían solo bajo el delicado resplandor de las velas y descansábamos juntos en un colchón en el suelo, y así nos hallaba cada día de nuevo la aurora. Porque todo es un ciclo, Adán, y tú sigues siendo nuestro ejemplo, a pesar de que eras casi tan solo un niño que estudiaría, seguramente, las geografías de los cometas, porque sobre todo tu esencia era de aire y de cielo, desde ese cielo en el que aún hoy nos contemplas y, de algún modo, nos proteges y nos guías y nos regalas todo el afecto desde las más gélidas estrellas.

Cómo me gustaría que me acompañaras, Adán, en estos largos paseos bajo la sombra de los castaños y los pinos y junto a los acantilados, en los que te recuerdo sin apartar la vista del camino siguiendo el destello de tus senderos.

Cómo nos gustaría, Adán, cómo nos gustaría…

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