La noche mejor

Las nuevas familias en la mesa de Navidad

Milio Mariño

Milio Mariño

Coincidió este año que después de la Nochebuena vino la noche mejor. Fue, muy probablemente, la noche de ayer, cuando todavía quedaba comida y turrón de la noche anterior, no estábamos obligados a ningún postureo hipócrita, los familiares insoportables ya se habían ido a sus casas y hoy no teníamos que madrugar porque vuelve a ser fiesta otra vez. Fiesta sin nada que celebrar, que es lo bueno, ya que el imperativo de divertirnos por obligación no suele resultar nada bien.

La noche de ayer seguro que fue estupenda para muchos y sobre todo para los que, cada vez son más, detestan la Navidad. Gente que no soporta las comidas familiares y de empresa, la coacción de tener que hacer regalos por estas fechas y la de aparentar que vive bien y es plenamente feliz. Otro dato relevante es que, en la noche de ayer, posiblemente fueran bastantes menos los que pusieron el móvil encima de la mesa para consultarlo mientras cenaban.

Menciono lo del móvil porque una encuesta, publicada hace poco, reflejaba que el año pasado, por nochebuena, solo dos de cada diez hogares españoles habían logrado cenar sin ningún teléfono sobre la mesa. La mayoría de los encuestados confesaba que tenía la sensación de que durante la cena habían estado más pendientes del móvil que de su familia. Y lo que es peor, todos mostraban su desacuerdo con esa forma de proceder pero, al mismo tiempo, aseguraban que les interesaban más los mensajes que recibían por WhatsApp que lo que, en ese momento, se hablaba en la mesa.

Las familias ya no son lo que eran. Y las cenas de nochebuena tampoco. Aquella familia que conocimos, en la que convivían el matrimonio, los hijos, los abuelos y algún pariente que se había quedado solo, está en vías de extinción. Ahora hay familias que son una persona y un perro. Y viven tan ricamente. Lo único que los perros, y los gatos, es posible que pongan ojitos cuando ven las bolas del árbol, pero no están por la labor de abrazarse a sus dueños y compartir la nochebuena con ellos.

La Navidad ha cambiado mucho. Casi sin darnos cuenta nos hicimos mayores y no advertimos que la sociedad había cambiado de forma que hoy, en Europa, un tercio de los habitantes de las grandes ciudades viven solos. Eso sin contar los ancianos, que figuran como que viven acompañados al precio de compartir su soledad, en las residencias, con la de otros que también son un estorbo para sus familias.

La noche de ayer tal vez no fuera buena para el jolgorio, la alegría y los aplausos, pero seguro que fue mejor para la melancolía, la tristeza, la falta de afecto y la sensación de abandono. De todo eso, seguramente, hubo menos. Otra ventaja, que algunos valoran, es que no fue precedida por el mensaje de ningún monarca que nos recordara que nuestras preocupaciones son las suyas, que debemos ser optimistas y que con sacrificio y esfuerzo saldremos adelante porque Dios aprieta pero no ahoga.

Fue una noche discreta, silenciosa y sin ambiciones. Una noche con la luna en fase creciente que, como saben, aporta energía positiva, mejora la salud y refuerza nuestra vitalidad. Y, para mayor mérito, confirma que los días han vuelto a crecer. De momento poco a poco, al paso de la gallina, pero pronto será de día después de las seis.

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