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Milio Mariño

El mundo está mal repartido

El impacto de las nuevas tecnologías en la distribución asimétrica de la riqueza y del trabajo

Cuando era un niño de nada ya oía decir en mi casa que el mundo estaba mal repartido. No entendía lo que decían, pero empecé a entenderlo cuando vi que otro niño compraba chicles y regaliz como yo y todavía le sobraba dinero para comprar un helado y un montón de tebeos.

Da rabia constatar que el mundo está mal repartido. Y no me refiero solo al dinero. El injusto reparto también alcanza a la belleza, la inteligencia, la genética y, por supuesto, el trabajo. Hay gente que trabaja mucho y cobra muy poco; otros apenas trabajan y cobran una millonada; y luego están los que buscan trabajo y les toca esperar, y desesperarse, en la cola del paro.

Lo que decíamos: el mundo está mal repartido. Ahora mismo, en España hay 20,5 millones de personas trabajando y 3 millones buscando trabajo. Tenemos una tasa del 13 por ciento de paro, muy por encima de los principales países de nuestro entorno. Y como no parece que el sistema productivo vaya a generar los empleos que hacen falta, ha vuelto a cobrar actualidad el viejo debate sobre la necesidad de repartir el trabajo.

La jornada laboral en España permanece invariable desde 1982. Está establecida en cuarenta horas semanales de trabajo, ocho horas más de lo que proponen los promotores de la semana de cuatro días, cuya implantación no se piensa tanto para atajar el problema actual de desempleo como en previsión de lo que llegará no tardando mucho. Una serie de avances tecnológicos que hasta hace poco parecían ciencia ficción. Hablan de máquinas con capacidad cognitiva; es decir, de hablar, comprender, aprender y cambiar por sí mismas. Qué sé yo, algo parecido a que se te cae el móvil al váter y, a lo mejor, no es capaz de salir por sí solo, pero si lo será para llamar al 112 y pedir ayuda.

Bromas aparte, lo que viene es un cambio asombroso. Las dos grandes áreas en las que están trabajando, la inteligencia artificial y las herramientas biológicas, supondrán un cambio radical y difícilmente imaginable del mundo que conocemos. Tal es así que no sería de extrañar que se plantearan corregir lo que hizo Dios, que trabajó seis días para hacer el mundo y al séptimo descansó. Los avances tecnológicos que están por llegar seguramente harán realidad la semana laboral de cuatro días, luego la de tres, posteriormente de dos y es muy probable que acaben planteando el trabajo como una alternativa al ocio total.

Según los científicos, la tecnología hará que los robots nos reemplacen en la realización de cualquier trabajo físico. De modo que, ante semejante futuro, es imposible saber qué haremos cuando las máquinas lo hagan todo. Los más optimistas ya se frotan las manos. Piensan que los pobres se librarán del trabajo y tendrán asegurado comer todos los días, la sanidad será eficaz y gratuita, la vivienda correrá a cargo del Estado y la marihuana estará legalizada y al alcance de todos.

La mala noticia es que esos mismos científicos han declarado que la nueva tecnología no está pensada para acabar con las desigualdades. En su opinión la desigualdad es positiva porque incentiva el esfuerzo. Dicen que si no hay diferencias, si todos somos iguales, la gente se aburre y se frena el progreso. Así que mucho me temo que, en el futuro, el mundo seguirá igual de mal repartido.

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