El Gasómetro

Avilés, destino de arijanos

En el 70.º aniversario de la construcción del pantano del Ebro, que trasladó a la comarca a miles de burgaleses de Cristalería Española

Era 17 de julio de 1951 cuando Macario Saiz recibió la carta de su empresa, Cristalería Española S.A., mediante la que escuetamente se le comunicaba que, con motivo del traslado de la fábrica de Arija a Avilés, debía elegir entre trasladarse a Avilés o rescindir el contrato de trabajo, instándole a dar respuesta escrita y firmada en un plazo corto, poco más de diez días. La fábrica debía trasladarse ante la construcción de pantano del Ebro, que ocuparía los terrenos en los que estaba instalada. Un año después, se le comunicó el importe de la indemnización que le correspondía: por el traslado de la familia, ajuar y enseres, algo más de cuatro mil cuatrocientas pesetas; por la reducción del patrimonio familiar, otras tres mil setecientas pesetas.

Avilés, destino de arijanos

Avilés, destino de arijanos / Enrique González

Era la época del aislacionismo del régimen surgido tras la Guerra Civil, de la gran penuria derivada del final de la guerra y de la exclusión en la que se situó el nuevo régimen frente a los organismos internacionales y las principales naciones europeas. Las poco más de ocho mil pesetas de la época no alcanzaban para mitigar el dolor de ver toda su vida anegada por las aguas del pantano. Algunos tuvieron la fortuna de ver como sus casas se libraban del avance de las aguas, lo que les permitió mantener el vínculo físico y emocional con sus raíces.

Resulta difícil imaginar el dolor de aquellas gentes en el momento en que, con toda su familia y los pocos enseres que podían llevarse, eran trasladados a nuestra ciudad en pequeños grupos, condicionado por el ritmo de construcción de sus futuras viviendas, dejando atrás lo que hasta entonces había sido su vida, para llegar a un lugar desconocido, migrando del medio rural de interior a una villa marinera social y culturalmente muy diferente, en la que fueron ubicados en un barrio construido expresamente para ellos, prudentemente alejado del centro de la ciudad, donde pudieron mantener sus vínculos de origen, aunque tan alejado que casi se podía decir que no formaban parte de la agenda de los munícipes de entonces ni contaban en la vida social de la ciudad.

El próximo día 31 se cumplirán setenta años desde que, a las cinco de la tarde, se escuchó por última vez, en Arija, la sirena de la fábrica. Aquellas gentes, acostumbradas a la vida dura y a la escasez, lograron hacerse un hueco en otra ciudad en la que sus descendientes se han integrado, con no poco esfuerzo, para formar parte de la historia de la villa de Avilés.

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