Faltan curas

El número de seminaristas ha descendido hasta 974 y apenas pasan de cien quienes llegan a cantar misa

Milio Mariño

Milio Mariño

Faltan albañiles, electricistas y fontaneros, pero es solo una parte. Hay otro déficit importante del que apenas se habla: la falta de curas. Nadie sabe si es que Dios no llama a los jóvenes para que ingresen en el seminario o si los llama y se hacen los sordos, pero este curso, 2022-2023, el número total de seminaristas ha descendido hasta los 974 y apenas pasan de 100 quienes llegan a cantar misa por primera vez cada año.

El dato lo dice todo. España ha perdido siete mil curas en poco más de dos décadas. Los curas envejecen y mueren sin que nadie los sustituya. Hay sitios donde un cura tiene que atender, él solo, diez parroquias. Se infla a decir misas y su esfuerzo servirá de poco porque si no se produce un milagro, que tratándose de la Iglesia podría ser, en los próximos diez años tendrán que cerrar cientos de iglesias, especialmente en la España vaciada, pero también en las grandes ciudades.

La situación es para preocuparse. Dado su tradicional inmovilismo, tal parece que la Iglesia contempla este peligroso declive sin hacer nada, pero no es cierto. Está muy preocupada y hace tiempo que trabaja buscando alternativas. La primera fue de libro, fue echar mano de los inmigrantes. Actualmente hay en España 1.500 curas extranjeros que proceden de 70 países, la mayoría de Hispanoamérica. Una cifra que supone el 9,5 por ciento del total y puede considerarse elevada si tenemos en cuenta que el número de extranjeros que trabajan en la construcción representa el 11,2 por ciento de dicho sector.

Apelar a esta vía, al recurso de importar curas, no resuelve el problema. Así lo entienden aquí y en Roma, donde la jerarquía eclesiástica está estudiando otras posibles alternativas como la abolición del celibato y que las mujeres puedan incorporarse al sacerdocio.

De momento, no contemplan como posible atractivo mejorar la retribución de los curas, que oscila entre los 978 y 1.300 euros al mes más el disfrute de una vivienda. Cantidad que puede verse incrementada con las tasas de las diócesis por servicios religiosos. Tasas que no tienen control alguno por parte de las autoridades públicas y que, más o menos, están establecidas en 40 euros por bautismo, 150 por matrimonio y 90 euros por las exequias fúnebres. No lo tiene fácil la iglesia católica. Los curas disponen de vivienda gratis, un sueldo para ir tirando y un trabajo para toda la vida, pero no parece suficiente para que los jóvenes se animen y surjan nuevas vocaciones.

Buscando endulzar y animar un poco a los jóvenes, el propio Papa Francisco se mostró dispuesto a "revisar" el celibato en el seno de la Iglesia católica. Hace poco volvió a insistir sobre el tema y dijo: "El celibato es una prescripción temporal de la iglesia occidental, no hay ninguna contradicción en que un sacerdote pueda casarse".

Estas declaraciones, como casi todo lo que dice el Papa Francisco, provocaron malhumores y fuertes tensiones en el Vaticano. Así que, a corto plazo, es previsible que no cambie nada.

Lo que sí ha cambiado es que los curas ya no viven como curas. Viven casi como cualquiera. Ya no tienen sobrinas ni beatas que los cuiden. La mayoría se apañan solos, como si fueran solteros, y organizan su jornada como cualquier pluriempleado. Cierto que no son los únicos, pero al resto no les exigen que, además, sean castos.

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