La Rucha

Los mismos libros de todos los sueños

Viejas historias y viajes sin fin por páginas sin fecha de caducidad

Aurelio González Ovies

Aurelio González Ovies

En ellos estaban los sueños de todos. Ellos encerraban nuestra vida entera, ellos abarcaban realidad, futuro, gloria y utopía. Lo que yo quería y lo que buscábamos. Lo que nunca haríamos, lo que pretendí. Lo que aún persigo y echamos de menos, lo que desconozco siempre y todavía. Lo que no he encontrado, lo que pierdo a diario, lo que lo que imaginamos que será la muerte, lo que no esperábamos que fuera la vida. Libros hermosísimos con viejas historias, con fábulas míticas, con viajes sin fin, con conquistadores y príncipes nobles y brujas creíbles y muchos sonetos, pareados y rimas; con glosas de Gloria, con verdades bromas y serias mentiras. Gloria, mi manual de infancia, mi diccionario único. Mi Gloria mayúscula, mi libro brillante de páginas libres de una mujer presa en su soltería.

Gloria, Gloria Fuertes, la mujer que veían como frágil títere, enferma, alocada, payasa infantil, como una lora de circo, de risa. Como a una ida que jamás se fue. Gloria Fuertes, con la ge de grande, de genial, de guiño, de gozo, de guía; con la te de tierra, la te de tristeza, la te de tantísima certeza encendida. Mi Gloria fanática de la fe y la efe con la que comienzan felicidad, flor, franqueza, fugaz, fuego y finitud y filantropía; y una Gloria madre de Literatura, de las letras chicas que asisten a letras que un día enfermaron de encontrase solas, de mucho rechazo, de mucha desdicha. Gloria, la madrina de los pordioseros y los desterrados, de las pecas jóvenes de la compasión, de la luz inédita de la fantasía.

Y un Miguel Hernández que recuerdo siempre en una silueta de aquel libro Senda, el pastor de ovejas tan lejos de mí como yo me siento de mi cercanía, tan junto a mis ojos como sus palabras, que eran de mi casa o me hacían de vista. Y un Pablo Neruda que sonaba a selva en pleno esplendor. Y una Rosalía con olor a fruta en todos sus versos y un puente romano en su voz de río. Y un Claudio Rodríguez con sed de amapolas en su pensamiento y brisa y espigas. Y un Bécquer que asoma a las balconadas de un gran desamor. Y un Machado en plena llanura, encendido, como un pueblo al norte de una noche en ti. Y un Jaime y un Ángel, un Valente… nombres que apuntalan la paz, la utopía.

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