El eterno retorno

El Niemeyer acoge “El artefacto”, de Sergio Serrano

Saúl Fernández

Saúl Fernández

Las acotaciones de "El artefacto" cobran vida. Todo el tiempo. Tanto que el espectáculo termina pareciéndose más a una novela que a un montaje teatral. La confusión de los géneros va camino de universalizarse. Son cosas de película.

Sergio Serrano, el autor de la función de este sábado en el club del Niemeyer, cuenta más que muestra. Y como cuenta, exige el doble. Sobre todo cuando da de paso el cuadro final: el cierre del círculo, en plan, no sé "La habitación azul", de David Hare, o "La ronda", de Arthur Schitizler. La vida y el eterno retorno.

Hay una trinchera, un coronel y una granada. Y luego esa granada pasa por muchas más manos. Y al terminar, noventa años después, todo vuelve a su seno, pero de manera distinta.

Lo mejor de "El artefacto" es el trabajo de los dos actores: son los que tratan de acomodarse la docena de personajes que el autor presenta en torno al explosivo. Y lo hacen sólo cambiando el atavío. Y así salen un coronel, dos gitanos, una pareja de mujeres disfrazadas de monjas… y todo esto en un no lugar que cobra sentido por el explosivo sin detonar. Lo malo es cuando llega el final. Ese final metateatral tan fuera del resto del drama: la puerta de salida de los espectadores. Y es una lástima.

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