Opinión | crítica / teatro

El camino del cambio

Santiago Sánchez vuelve a la interpretación con el poder de las palabras

Hay un actor sobre la escena armado hasta los dientes con palabras. Todas juntas las emplea en una justa medieval contra el caballero oscuro que formamos los espectadores que ha reunido delante de él, al otro lado de la iluminación cadenciosa de un escenario en el que sólo hay una mesa, dos sillas y un banco. Y esas muchas palabras se convierten en los mensajes que se hacen cimientos de la realidad y desarman a los espectadores que no saben muy bien qué se iban a encontrar esta noche en el teatro. Pasó antes de anoche, el sábado, en el club del Niemeyer, en los bajos del auditorio del complejo de la ría. Y pasó a sala completa: Santiago Sánchez -de vuelta a la actuación- completamente cuestionador de la realidad meridiana, haciendo que el teatro vuelva a ser teatro: el camino del cambio.

Y eso es muy grande.

La pregunta del principio tiene respuesta desde el primer cuento que encarna: el de los pensamientos que se quedan flotando y se encuentran con más pensamientos que flotan. El teatro, lo dijo Artistóteles, había nacido para hablar con Dios, Sánchez y Kouyaté le dan un meneo a los orígenes sagrados y deciden que el teatro, sí, sigue siendo tan sagrado como antes, pero porque habla a los hombres. Esos que quieren saber dónde está el tiempo, y en esa búsqueda el caballero se transforma en una especie de flautista de Hamelin a base de máscaras, canciones e, incluso, una coreografía. La sabiduría que da el teatro toda concentrada en poco más de una hora. Eso es "¿De dónde venimos?".

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