Opinión

No hay manera, y aún menos en Navidad

La influencia en la salud mental de la espiral de consumo desmedido

Conduzco de vuelta a casa escuchando el "Ain´t No Way" de la gran Aretha Franklin en el ya totalmente prehistórico, aunque funcional, reproductor CD del coche, cuando miles de sobreexcitados destellos provocan que mi amígdala cerebral convulsione y trunque de forma abrupta el multiorgasmo auditivo y emocional en el que me hallo inmersa. No te lo perdonaré jamás, Costumbre de Poner en las Casas Luces Navideñas sin Medida, sin Control y sin el más Mínimo Gusto Estético. Jamás.

El "a mí no me gana ni dios" y el "sujétame el cubata", en modo luminiscente.

Lo peor es que no solo son las luces. Cada vez nos excedemos más en todo, en los árboles, las guirnaldas, los regalos y, cómo no, en comer y beber como si luego nos fuéramos a hibernar.

Más madera…

Sin ir más lejos, hay ahora mismo más chocolate en los supermercados que en la danesa Christiania. Las tradiciones turroneras se adaptan o se quedan a dos velas.

Que no es que vaya yo de Grinch por la vida, les aseguro que me encantan las luces, que me desgañito con los villancicos como la que más, que me hincho de polvorones y de pinchos variados, –por ese orden–, pero igual sería mejor no dejarnos llevar por tamaña desmesura.

"No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivo con lo justo para que las cosas no me roben la libertad" –te necesitamos, no nos dejes nunca, admirado Pepe Mujica–.

Se nos incrusta la idea de consumir a lo loco para encubrir y mitigar las ansiedades, las carencias, las soledades, los malestares diversos que evitamos afrontar.

Sin embargo, esa huida hacia adelante que supone el excesivo y desaforado consumo no parece que funcione. "Qué poca gana tengo de que lleguen las Navidades", "si pudiera irme y volver cuando pasen…", escucho a menudo según vamos enfocando diciembre.

Caer en la espiral de consumir sin medida solo promueve espejismos de bienestar. Nunca duraderos, por cierto. Resulta curioso, por no decir demoledor, que, en la época del año de, supuestamente, mayor gozo, dicha y felicidad, más aumente el consumo de psicofármacos. Tal vez por la comparación social, el perfeccionismo, las expectativas idealizadas, el estrés por no lograrlas, la angustia vital ante obligaciones impostadas, las incongruencias, la hipocresía… Ay, la hipocresía de lo de la Paz y el Amor en el mundo, este tema mejor para otro día, que, si me embalo, ocupo todo el espacio.

A ver si, al final, la Feliz Navidad va a terminar deviniendo en un oxímoron de manual…

No nos olvidemos, además, de la influencia en la gente menuda de la fiebre de consumo que nos invade. El exceso de regalos, por ejemplo, no hace más que desarrollar problemas de control de impulsos y no pocas dificultades de tolerancia a la frustración.

Está claro que el sistema nos entrena de forma eficaz para que, a cualquier edad, actuemos de forma automática, "salivando" (comprando), en cuanto suena la campanilla.

Así no hay manera. "Ain´t no way"…

Pues nada, antes que ensalzar la sencillez y el consumo sostenible y responsable que nos cuide la salud y preserve nuestro finito planeta, mejor corramos a comprar de todo como si no hubiera un mañana.

Y, ya puestos, que no nos frene el que nuestros nervios ópticos acaben siendo diagnosticados de algún tipo de Trastorno de Comportamiento Disruptivo según el CIE-11 y el DSM-V revisado, corramos también a comprar tropecientas mil luces navideñas, todas las que podamos acaparar, por supuesto.

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