Opinión | La rucha
Sonidos de Año Viejo
El comienzo de una edad nueva, con todas sus incógnitas
Y todos regresamos al entonces que fue, al pasado perdido. El Año Nuevo se estrena como una encrucijada de ecos y emociones, un concierto especial donde las notas vibran de modo muy distinto. En la penumbra de diciembre, cuando su último día emana los postreros suspiros (qué gran contradicción), se escucha el murmullo de diálogos y risas, de augurios que se mezclan con tintineo de copas en brindis por otra realidad que aún no ha nacido.
El reloj avanza, inexorable, y el péndulo del tiempo parece detenerse justo a la medianoche. Carillón. Campanadas. La cuenta regresiva repica como un común latido: diez, nueve, ocho... Cada número, un reverbero de esperanza, un puente necesario entre lo que se va y lo que aún no ha venido. En nuestra expectativa, la ilusión de que todo sea bueno; el deseo de que todo mejore, el anhelo de que las cosas cambien. Los sueños no soñados, los propósitos falsos con los que, casi siempre, en estas fechas nos mentimos.
Y entonces, acaece. Las agujas, en las doce, y el mundo estalla: algarabía, gozo, petardos, besos, gritos. Los fuegos de artificio serpentean el cielo con brillantes estruendos, sus chispas fugitivas son metáfora viva de los que estamos vivos. Empieza una edad nueva, con todas sus incógnitas, doce meses intactos con otra cuenta atrás, otras cuatro estaciones que, inmortales, prosiguen con sus perpetuos ciclos.
Y entonces, la emoción se desborda como lo hacen los ríos. Abrazos, bendiciones. Matasuegras y gorros. Saltos y bailoteos. Nostalgia y alegría. Las ausencias que duelen, los recuerdos que irradian en torno a los abetos. La magia que perdimos. Las lágrimas que brotan y caen en silencio. El temor y las dudas… Mas es noche de júbilo. Celebramos que nada sabemos del después, que es la mejor manera de no sufrir de más, de llevar las alforjas del destino.
Bengalas, serpentinas. Los sonidos del año que se acaba incitan al festejo: silbidos y bocinas por las calles repletas, el crujir del papel de regalos tardíos, estampida de corchos, borboteo y espuma, melodías festivas en plazas y balcones, en parques y edificios. Es noche de promesas que flotan entre aplausos, colores y confeti, de pasos que inauguran senderos hacia un mañana incierto, por más que ese mañana sea más de lo mismo. Un año y otro año, raudos se nos escapan, suman lo que nos resta a cada ahora, dividen hoy y ayer, multiplican posibles finales o principios.
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