Opinión
elena liquete cotera
Hipotecarse por los hijos
Una reflexión sobre la importancia de apoyar a nuestros descendientes a conseguir sus sueños
¿Te hipotecarias por tus hijos?
Recientemente cené con unos amigos a quienes no veía desde hace años, quizás una década o más. Durante la cena, compartimos lo que había sido de nuestras vidas y lo que nuestros hijos, ya adultos, habían hecho con las suyas. Me contaron la historia de su hijo mayor, que tras estudiar ingeniería comenzó a trabajar en una consultora internacional. Al cabo de tres años, la empresa le ofreció financiarle un MBA en Estados Unidos, y allí, en un curso de emprendeduría, desarrolló un proyecto empresarial junto con dos compañeros de máster. Para su sorpresa, su escuela seleccionó la idea y ofreció financiación para ponerla en marcha. En ese momento el chico decidió que no quería volver a su puesto en la consultora, pero ello significaba que tendría que devolver el dinero que había costado su máster. No me dieron cifras, pero un curso de dos años de duración más los gastos de estancia seguramente ascendiera a más de 200.000 euros.
Antes de que mis amigos continuaran, no pude evitar imaginarme cómo habría sido esa conversación si se hubiese tratado de una de mis hijas: "Cariño, tienes un trabajo estupendo; vuelve a la consultoría el tiempo necesario para no tener que devolver el coste del máster, y después haces lo que quieras". Pero mi amiga le hizo otra pregunta a su hijo: "¿Esta es una decisión de cabeza o de corazón?". Él respondió que de corazón, y con ello sus padres tomaron una decisión que me dejó sin palabras: hipotecaron su casa para que pudiera liberarse de la consultora y perseguir su sueño. Nueve años después, su hijo vendió la empresa por 140 millones de dólares.
Mis amigos no son ricos; de haberlo sido no habrían tenido que hipotecar su casa, pero ambos provienen de familias ‘acomodadas’ y, en mi experiencia, esto influye profundamente en cómo se percibe el dinero. Cuando siempre has tenido dinero, lo ves como un recurso: algo que te permite hacer cosas. Cuando no lo tienes, o siempre has tenido poco, lo ves como algo que hay que guardar para no perderlo.
Esa diferencia en la perspectiva tiene un impacto enorme en el tipo de decisiones que tomamos, el riesgo que estamos dispuestos a asumir y, en última instancia, en los resultados que unos y otros pueden alcanzar.
Confieso que esta cena me ha dado mucho que pensar. Como madre, me quedo con la reflexión de que quizás el mayor acto de amor no es proteger a nuestros hijos del riesgo, sino apoyarlos para que lo enfrenten.
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