Opinión

El principio

El regreso a Arnao, nuestro pueblo

El principio es un número, un lugar, otro tiempo, una sensación blanca que desemboca en una playa, una locomotora de vapor antigua repleta de ilusión. Es renacer al trabajo de los días marcados por las sirenas y la campana de la escuela. Es volver a renombrar los perros vagabundos que nos acompañaban y que saborearon también, con nosotros: pan y chocolate.

El principio es el origen de todo. Son nuestros pies hundidos en una arena de espumas, son nuestros semblantes sonrientes al atardecer en las aguas bravas ajenas a todos los bañistas. Es nuestro mar helado de pleamares inmensas y solitarias.

El principio es analogía sentimental como las libretas del economato, devenir subjetivo como mariposas repentinas surgidas al amparo de las sombras, asombro colectivo de los antepasados y sus huellas sobre la hierba. Es la historia gótica de las celebraciones que vencen a la muerte. Es leyenda adentrándose en los buques, son botes de leche condensada que se ocultan entre la blenda. Es un gran teléfono negro surgiendo del musgo entre la niebla. Es la música del agua cayendo de las hojas, es el banco de madera, hoy desvencijado; es un mar enojado salpicando los fósiles, son las manzanas desprendidas sobre la nada, el aroma de las acacias y el lenguaje de los pájaros reflejados en los espejos, cuando abríamos aquellas contraventanas pesadas de madera y las bisagras crujían.

El principio es la poesía que ha recobrado su esencia y ha dejado de estar mancillada. Es el patio con mapas en relieve sumergidos, es geometría y gramática, es el aire libre entre los pinares. A veces es terror, a veces es sentido trascendente.

El principio son aquellas aulas rodeadas de árboles y madreselvas y lo afortunados que éramos subiendo las antiguas y empinadas escaleras. Y los mapas con sus océanos turquesas que se iban volviendo ópalo, según las aguas se volvían más procelosas y profundas y, en la tierra, los relieves verdosos y ocres…

El principio es la luna alumbrando las copas de los árboles, hogueras y llamas ascendentes y, casi amaneciendo, la armonía de las rosas húmedas.

El principio era soñar con la nieve cuando nunca llegaba y la sopera de la bisabuela, abrigos, bufandas, riachuelos, algarabía y mucha felicidad entre almendras, dulces y mazapanes.

Y, siempre, las olas y el fuego; y las estrellas y la brisa; y el fuego y las olas.

Y, casi amaneciendo, el fuego.

El principio es siempre el regreso a Arnao, que es el nombre de nuestro pueblo.

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