Opinión | crítica / teatro
La familia, regular
En "Misericordia" -título tan galdosiano- hay una ceremonia judía -bueno, dos- que es ajena a los personajes que la celebran y a los espectadores que la contemplan: así que la autora se demora en explicarla. Y como luego entran dudas, las aclara. Un rato largo. Esto es al principio. Al final también. Las ceremonias judías son el sustento con el pasado de Delmira, la hermana mayor de "Misericordia", la producción del Centro Dramático Nacional –de hace un año– que la semana pasada llegó al auditorio de otro centro: el del Niemeyer.
La morosidad que Despeyroux muestra en "Misericordia" no es solo cosa de guion. En las transiciones de los cuadros también se demoran los actores: lo mismo es porque la boca del escenario del auditorio avilesino es enorme; el caso es que el espectador no podía ser ajeno a cada uno de los cambios de escena. De lo que sí que era ajeno fue a los vídeos incorporados al drama: apenas sí se veían. De los audios, no: los actores estaban microfonados y cuando en uno de ellos falla la desconexión entre espectáculo y espectador se hace patente.
Despeyroux presentó en Avilés su montaje más ambicioso: por los motivos que lo sustentan, por los caminos que holla para enclavarlos… Hay teatro, metateatro. Sergio Blanco, el padre de la autoficción en el teatro, Marcel Proust mediante en la novela, interviene en off. Y también la propia Despeyroux. Y sale –mucho– Andrés Lima. Y hasta Francesco Carril, que es la nueva estrella "indie" de la escena madrileña. Y todo eso se trufa, un poco, con el pasado común de los tres hermanos ficticios: el exilio de la dictadura de los milicos. Y también con secretos a lo Tennessee Williams. Tres exiliados que viven juntos –se desconoce por qué en el mismo piso–, y ellos tres conviven con un dramaturgo frustrado que gana todos los premios. Los cuatro bajo el mismo techo y, en el medio, el teatro. Y un lío. Y un sueño. Un drama demasiado lleno de cosas. De verdad.
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