Opinión | Mente sana

Saber reaccionar ante los imprevistos

Reflexión acerca de cómo gestionamos las situaciones de la vida que surgen sin contar con ellas

Hace unas semanas encontré una carta que mi padre escribió a su madre en la década de los 50. Sé que puede parecer algo normal en aquella época. Lo de escribir una carta, quiero decir. Sin embargo, en este caso, se daba la circunstancia de que mi padre no conocía a su madre. Supo de su existencia cuando, al buscar su certificado de nacimiento para casarse, en el registro le comunicaron que tenía progenitora y que estaba viva.

Leer a mi padre exponer aquella situación imprevista de su vida ha sido como si H.G. Wells hubiera materializado para mí su máquina del tiempo, como si me hubieran prestado su DeLorean Doc Brown y Marty McFly, como si se me hubiera abierto un agujero de gusano de esos de Interstellar.

Aun sabiendo la historia de cómo mi padre fue criado por una familia que le había acogido para ayudarles en la casería, me dejó en shock leer esa hoja, casi sin márgenes, aprovechando todo el papel para pedirle que pudiera venir a su boda, para hablarle de su novia, para llamarla ‘madre’ más de una docena de veces, para decirle cuánto había soñado con poder conocerla… Para destilar amor en cada una de las frases hacia una persona que, por ser madre soltera, había tenido que renunciar a su propio hijo.

Su relación continuó de tal forma que recuerdo cómo, de pequeña, se alternaban las visitas a la casa en la que mi padre se crió, con los viajes en el Gordini rojo a Santa Cruz de Mieres, hasta que mi abuela se puso malina y se vino para nuestra casa.

Ahora identifico que mi padre –y junto a él mi madre con su sabiduría infinita–, abordaron lo imprevisto desde la aceptación natural y sencilla de las cosas, intentando, además, hacer algo por cambiarlas y mejorarlas en aquello que pudieran. Porque imprevistos va a haber. De muchos tipos. Y la clave siempre va a estar en cómo los afrontemos.

Quizá no resulte muy útil abordarlos desde la rumia disfuncional y, en ocasiones, catastrofista que la mente fabrica de forma automática y que nos taladra sin piedad cuando la retroalimentamos: "¡Ojalá no hubiera pasado esto!", "¿y si no sale bien?..."

Ni desde la entendible, pero poco eficaz impulsividad, tomando decisiones irreflexivas, de las que es altamente probable que nos acabemos arrepintiendo.

Tampoco suele venir bien negar o evitar la realidad con la famosa técnica del avestruz, haciendo como que no está ocurriendo.

Es posible que nos ayudemos más desde la aceptación (que no resignación) de la nueva realidad que ha irrumpido en nuestras vidas y de cómo nos sentimos ante ella, asumiendo emociones como el miedo, la rabia, la impotencia, la vergüenza o la ansiedad, que resulta humanamente natural que aparezcan. Eso sí, colocándonos en el compromiso hacia nuestros objetivos y hacia nuestros valores de vida, hacia cómo nos gustaría actuar o qué nos gustaría intentar.

Es sabido lo mucho que nos cuesta no tener la controlabilidad de todo lo que nos pasa y, especialmente, de lo que nos podría llegar a pasar. No queda otra que abordarlo con toda la flexibilidad mental que podamos desplegar. Vivir es exponerse a todo lo que puede surgir. A veces, se presentarán imprevistos fáciles y gratificantes; a veces, nos bloquearemos; a veces, será necesario pedir ayuda; a veces, habrá que hacer duelos…

Y, a veces, quizá terminen formando parte de nuestra vida personas que solo habitaban en nuestros sueños.

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