Opinión | El rincón de la ley

Carnaval, trabajo y justicia social: la otra cara de la fiesta

Entre máscaras y serpentinas, la alegría oculta realidades laborales y sociales que merecen ser descubiertas

El Carnaval es una explosión de color, música y desenfreno, pero tras la fiesta laten dinámicas laborales y sociales que no siempre se analizan con detenimiento. En Asturias, si bien la festividad no tiene la magnitud de otros puntos de España, su arraigo en muchas localidades pone en juego derechos laborales, precariedad en sectores clave y debates sobre inclusión y justicia social. La celebración es también un termómetro de desigualdades y un escenario en el que la reivindicación y la discriminación pueden caminar de la mano.

Uno de los aspectos más relevantes es el derecho laboral en torno al Carnaval. Aunque en muchas ciudades es festivo, en Asturias no está reconocido oficialmente, lo que obliga a muchos trabajadores a depender de la flexibilidad de sus empleadores para poder celebrarlo. En sectores como la hostelería, el comercio y el espectáculo, la carga de trabajo aumenta de forma considerable, con jornadas maratonianas y un uso abusivo de horas extra que en demasiadas ocasiones ni se pagan ni se compensan. Además, el empleo temporal se dispara, con contratos de muy corta duración que a veces bordean la legalidad, dejando a trabajadores sin apenas derechos una vez terminada la festividad. La falta de inspección laboral en estos días contribuye a la impunidad de ciertas prácticas.

En el ámbito de la justicia social, el Carnaval pone sobre la mesa cuestiones de acceso y desigualdad. Disfrazarse, acudir a eventos o participar en comparsas implica un desembolso económico que no todos pueden asumir. En muchas ocasiones, las ayudas municipales a asociaciones o colectivos permiten cierta democratización de la fiesta, pero persisten desigualdades que excluyen a quienes tienen menos recursos. El negocio del Carnaval, que mueve millones de euros en disfraces, bares y espectáculos, no siempre revierte en el bienestar de quienes trabajan en él.

Los artistas, músicos y trabajadores del espectáculo son otro colectivo especialmente vulnerable en estas fechas. Aunque el Carnaval es su temporada alta, las condiciones laborales dejan mucho que desear. Actúan en múltiples eventos con cachés reducidos y condiciones precarias, cuando no directamente bajo la fórmula del falso autónomo o sin contrato. Las comparsas y grupos que amenizan las calles suelen estar formados por personas que dedican horas de ensayo y preparación sin recibir compensación alguna. La cultura festiva, lejos de ser una industria bien regulada, sigue funcionando con mecanismos informales donde el reconocimiento laboral brilla por su ausencia.

Por otro lado, el Carnaval es un espacio donde la inclusión social aún tiene camino por recorrer. A pesar de algunos avances, sigue habiendo barreras para la participación plena de personas con discapacidad, mayores o colectivos en riesgo de exclusión. Algunas iniciativas han apostado por hacer desfiles accesibles y promover la integración, pero queda mucho por hacer en términos de representación y visibilidad. Al mismo tiempo, el Carnaval puede ser un escaparate de reivindicaciones sociales, como ha ocurrido con los movimientos feministas y LGTBI, que han aprovechado la festividad para desafiar normas y estereotipos. Sin embargo, la otra cara de la moneda es el uso de disfraces y comparsas que perpetúan prejuicios raciales, de género o de clase. Cada año surgen polémicas por disfraces sexistas, caricaturas de minorías o referencias culturales mal apropiadas, lo que demuestra que la fiesta no está exenta de debates éticos.

Más allá de la euforia colectiva, el Carnaval refleja, en sus luces y sombras, las tensiones sociales de cada época. Bajo el confeti y las máscaras, subyace un entramado laboral muchas veces precario, un acceso desigual a la celebración y una lucha entre la reivindicación y la perpetuación de estereotipos. Como toda manifestación cultural, el Carnaval es un espejo en el que la sociedad debería mirarse con honestidad, no solo para disfrutar, sino también para corregir sus injusticias.

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