Opinión | mente sana

Llegar todo lo lejos que se quiera

El sistemático cuestionamiento de legítimas reivindicaciones

Sucedió hace unos días, en un taller grupal de estimulación cognitiva, mientras relataba una historia para trabajar la atención y la memoria a corto plazo. Puede que algún pasaje de lo que les iba contando (una corta tragedia de tintes típicamente shakespearianos) activara la memoria reciente por una sencilla asociación de ideas. El caso es que, antes de poder terminar yo la historia, la frase salió como una bala: "es que el feminismo ha llegado demasiado lejos…".

Contundente, cortante, severa …

Quizá fue el beso que se daban los personajes del relato lo que disparó el indignado comentario, dado que la argumentación se encaminó hacia cómo Rubiales, por un "simple piquito", se había enfrentado a consecuencias judiciales, mientras que a una jugadora que tocó en sus partes pudientes a otra no le había caído ningún castigo ni reprimenda. De seguido, tomó protagonismo Dani Alves –admiré su sapiencia del mundo del fútbol, pues una cosa no quita la otra–y cómo aquella chica se había ido con él al baño, que ella se lo había buscado…

Es cierto que, a veces, surgen en los talleres temas que nada tienen que ver con lo abordado, entre ellos temas de género, pero nunca habían irrumpido de esta manera, con consignas más propias de barra de bar con palillo en la boca o de odiadores comentando noticias en Internet. Quienes me conocen saben de sobra lo respetuosa que soy con cualquier opinión y creencia. Hasta puedo llegar a escuchar hablar del horóscopo, del más allá o de personas vitamina con la mejor disposición y una óptima escucha activa.

Esta vez sí que expresé, con el máximo respeto, que tendría que acabarse lo de soportar jefes hostigadores y que culpar a las mujeres que sufren violencia no me parecía muy apropiado, vayan vestidas como vayan, a las horas que sean o estén en el lugar que quieran. Nadie tiene por qué violentarlas, aunque participen de un contexto de celebración y de fiesta.

Recordé lo comentado por Icíar Bollaín el mes pasado en Llanera acerca de la actual normalización de determinados discursos que parecían ya superados.

El feminismo, siempre combatiente, sigue siendo una pieza de caza mayor a abatir. Porque no lo pueden controlar. Porque coloca a la sociedad ante un espejo. Porque modifica de forma radical los cimientos.

La historia nos muestra cómo la marabunta ha rugido sistemáticamente ante la conquista de cada legítimo derecho. Estudiar, trabajar fuera de lo doméstico, votar, abrir una cuenta en el banco, elegir libremente la maternidad, ejercer algún tipo de liderazgo o ser dueñas de nuestras vidas y de nuestros cuerpos, cada avance ha costado sangre, sudor y lágrimas.

En este mes de marzo en el que la sororidad del 8-M nos llena y reconforta, nos motiva y nos alienta, parecen percibirse más que nunca los métodos de ataque goebbelianos que se despliegan, como presentar reiteradamente los avances de las mujeres como culpables de todos los problemas; reducir la complejidad y diversidad del feminismo a un puñado de estereotipos para ridiculizarlo y ningunearlo; o repetir muchas veces una mentira para hacerla pasar por verdad, disparando a discreción en redes, foros y platós de televisión que si se ataca a los hombres, que si se necesita un contrato para tener sexo, que si se ha conseguido ya bastante…

Se quiere que el mensaje vaya calando, se quiere transmitir la idea de que el feminismo se ha pasado cuatro pueblos.

Porque saben de sobra lo lejos que podemos llegar si nos lo proponemos.

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