Opinión

Déjate cuidar

Una reflexión sobre lo imprescindible, pero dificultoso, de pedir y recibir ayuda

Años de peroratas a diestro y siniestro acerca de cómo dejarse cuidar cuando sobrevienen circunstancias adversas, de cómo adaptarse a no poder hacer ni funcionar como siempre y me encuentro, por obra y gracia de un tobillo roto, inmersa en tal cantidad de contradicciones y contiendas internas que ni Gollum en sus mejores monodiálogos.

De repente, no poder tener la misma autonomía para caminar, para conducir, para rodar en mi añorada bici al trabajo, para jugar al balón o por el suelo con mi gente menuda, para seguir en mis clases de pilates, para meterme en la ducha, para saltar de la cama bailando… De repente, sentirse una carga.

He escuchado durante años esta frase. El miedo generalizado de casi cualquier ser humano a depender de otras personas para mil cosas de la vida cotidiana. Pero la vida impone sus leyes y abre brechas en nuestra independencia. En ocasiones, además, de forma crónica, a largo plazo y no solo por unas semanas como a mí me está pasando.

Qué difícil asumir que se necesitan ayuda y cuidados. Ya sea por falta de costumbre, porque el rol habitual ha sido el de cuidar y no al revés, por orgullo, por miedo a dejar de ser autosuficientes, por no querer molestar… Quizá por un poco de todo a la vez.

Toca, pues, aplicar lo aprendido (y sermoneado), toca ayudarse a practicar la aceptación y el compromiso. La aceptación de lo que no es posible modificar, nos pongamos como nos pongamos, le demos las vueltas que le demos. Y el compromiso de guiarnos, de darnos permiso para pedir ayuda, para contar con los demás, para dejarnos cuidar sin pasarlo tan mal. En ello me hallo.

Admiro mucho más, si cabe, el valor, la valentía, el coraje de un montón de maravillosas personas que conozco. Personas que, con una irreductible dignidad, así con mayúsculas, llevan una vida activa, dejándose ayudar cuando procede, reconociéndose sanamente interdependientes. Vosotros y vosotras sois referentes de vida, no sé si lo sabéis. Gracias por servir de faro ante caminos ignotos e inexplorados.

Qué sería de la humanidad si no nos cuidáramos unos a otros. En nuestras casas –gracias infinitas a mi esforzado consorte y a toda mi queridísima familia–; en nuestros trabajos –alguna persona, muy acertadamente, me dijo las palabras que dan título a este escrito–; en nuestros círculos sociales; en nuestros barrios, pueblos o ciudades; en Palestina o en cualquier trozo de este mundo en el que pueda hacer falta.

Los cuidados y no las armas como inversión universal.

"A quién le iba a importar un niño más…", se pregunta el protagonista de la obra teatral "14.4".

Que el egoísmo no triunfe. Que el dolor no nos sea indiferente. Que cuidar sea siempre la prioridad.

Me viene al pelo, además, que este artículo, justo el número 100, hable de cuidados. Para dar las gracias al honor y a los cuidados que este diario me otorga, primero, de la mano de Eloy Méndez y, poco después, de la mano de Covadonga Jiménez, tras aquel primer escrito hace más de ocho años abordando el cáncer y su impacto emocional. Me presta por la vida haber llegado hasta aquí. Hago, asimismo, extensible el agradecimiento al cuidado que me mostráis muchas personas que me comentáis acerca de lo que escribo, especialmente cuando mencionáis que algo de lo leído os sirve de ayuda.

Cada vez lo voy teniendo más claro, cuidar y que nos cuiden, lo mejor del mundo y de la vida.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents