Opinión

Educación, local, porfa

Cómo saber ubicarse en el contexto y cumplir cada uno con su rol

Llevo desde hace algún tiempo con la intención de escribir un artículo sobre la educación. Sobre esa conducta canalizada que nos permite armonizar con el prójimo, para que nuestro discurrir por la vida transcurra sin sobresaltos y nuestra estancia, en cualquier lugar o circunstancia, no se asemeje a una jungla repleta de seres salvajes, incivilizados y faltos de empatía.

No se trata de que debamos comportarnos como los royals de UK en su época más dorada y cínica, ajena a la decadencia post Lady Di; pero sí que nuestra sensibilidad y conocimientos reflejen una imagen exterior adecuada en el devenir de nuestros días rutinarios. Para el logro de ese propósito, creo que lo primero es adoptar una determinada perspectiva ajena a la vulgaridad y, sobre todo, a la prepotencia.

Recientemente, he visto un vídeo corto en Instagram que me ha hecho bastante gracia y con el que me he sentido totalmente identificada, en cuanto a la opinión de la protagonista. Un señora de apariencia elegante y de edad avanzada se quejaba, porque cuando iba a tomarse una ginebra o un café, las camareras o camareros de turno que, por otra parte, nunca la habían visto antes o no la conocían de nada, se dirigían a ella con expresiones tales como: "¿Qué quieres, cariño?" o "¿Va todo bien, guapa?", "¿qué te pongo?". Es evidente que en la hostelería se precisan de urgencia cursos de formación para cierto personal, (no todo) que no sabe ubicarse en el contexto y cumplir con su rol, y es que la excesiva confianza o cercanía, a veces resulta molesta.

Supongo que, a poco que reflexionemos, todos encontraremos diversos ejemplos de este tipo en todos los sectores, pero el detonante de este artículo, no voy a negarlo, ha sido mi reciente experiencia con dos policías locales en la calle Príncipe de Asturias en Salinas, los cuales me obsequiaron con una multa merecida un viernes sobre las seis y media de la tarde por aparcar junto a Los Monitos.

Pensé que la obra había terminado, por fin, al ver la calzada asfaltada y sin agujeros. Además, había un gran coche aparcado y situé el mío tras él. Diez minutos después, ya de regreso, dos jóvenes policías locales, que aún se encontraban en la escena, me habían multado. No vi la señal de prohibido aparcar. Multa justa; pero, mientras que uno fue educado, el otro me trató como si fuera algo parecido a un trapo.

Educación vial, sí; pero educación, local, también, porfa.

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