Opinión

El Papa que molestó al poder retrógrado

La llegada de León XIV, ¿será una pausa en la reforma o una oportunidad para consolidarla?

Con la designación de León XIV, primer papa estadounidense y de perfil claramente conciliador, la Iglesia parece apostar por el diálogo interno y la contención ante el embate del integrismo eclesial, especialmente desde los sectores más ultraconservadores del mundo anglosajón. No obstante, este giro moderador puede implicar una ralentización —o incluso un freno— del impulso reformista y social que Francisco había insuflado. La incógnita ahora es si esta nueva etapa consolidará lo avanzado o si, por el contrario, buscará diluirlo en nombre de una unidad que podría acabar silenciando las voces más proféticas del catolicismo contemporáneo.

Frente a la barbarie verbal de ciertos opinadores, es deber cívico reivindicar la figura de un Papa que intentó reconciliar a la Iglesia con la justicia social, la dignidad humana y los desafíos del siglo XXI. Vox misericordiae contra clamorem odii, mortuus loquitur: honorem defendere, contemptum redarguere (La voz de la misericordia contra el clamor del odio, el muerto habla: defender su honor, refutar el desprecio). Las declaraciones del señor Jiménez Losantos tras la muerte del Papa Francisco representan una de las expresiones más abyectas y desalmadas que se pueden emitir en un medio de comunicación. Decir con alivio "por fin nos ha dejado" y acusarlo, acto seguido, de pertenecer a una "generación criminal" no es solo una falta absoluta de humanidad; es una exhibición de odio ideológico que clama al cielo y que, por su carga de desprecio y estigmatización, sino que roza los límites del discurso de odio, pudiendo constituir una infracción a la dignidad protegida por nuestro ordenamiento jurídico (art. 18 CE) y susceptible de valoración conforme al art. 510 del Código Penal, si se entendiera que incita a la hostilidad contra quienes piensan diferente o profesan una fe concreta, que sanciona la incitación al odio y la humillación de colectivos por motivos ideológicos o religiosos.

Pero más allá del desprecio jurídico que merecen tales palabras, urge una reflexión moral y política. ¿Qué ha hecho el Papa Francisco para merecer semejante bilis? ¿Acaso su pecado fue poner el acento en los pobres, en los migrantes, en las víctimas de un sistema económico injusto? ¿Su error fue intentar abrir ventanas en una institución que durante siglos se ha encerrado tras los muros del dogma y del patriarcado? ¿Molesta tanto que desde el corazón del Vaticano alguien haya osado hablar de ecología, de feminismo, de desigualdad, de corrupción y de misericordia?

Para quienes, como muchos de nosotros, nos situamos fuera de la fe religiosa pero cerca de los principios de justicia social, el pontificado de Francisco supuso un intento esperanzador —aunque insuficiente— de reconciliar la Iglesia Católica con los valores de nuestro tiempo: un catolicismo sin ostentación de riqueza, sin connivencias mafiosas, sin pederastia silenciada, sin misoginia doctrinal ni complicidad con los poderes económicos. Un catolicismo que acompañe, no que condene. Que escuche, no que imponga. Que colabore en la construcción de un mundo más justo, no que retroceda a los oscuros rincones del integrismo y la reacción.

Francisco, con sus limitaciones humanas y estructurales, ha sido una figura incómoda precisamente por eso. Porque incomodó a los poderosos, a los ultracatólicos de salón, a los que ven en la religión un instrumento de control y no un camino de liberación espiritual. Porque no bendijo el capitalismo salvaje, ni calló ante los crímenes del clero, ni negó la crisis climática, ni ocultó el sufrimiento de los refugiados. Porque, incluso dentro de sus propias contradicciones, osó pedir perdón, hablar de ternura y abrir espacios de diálogo donde antes sólo había condena.

Por eso escuece. Porque la reacción lo detestaba por humanista. Porque los predicadores del odio lo consideran "montonero" por hablar el lenguaje de los pobres. Porque no defendía su fe en abstracto, sino que la traducía en acción política concreta por los últimos. Y eso, en tiempos donde se exalta al fuerte y se pisotea al débil, es imperdonable para quienes hacen del fanatismo su negocio y del insulto su liturgia.

Es preocupante que haya sectores ideológicos que no sólo se opongan a la figura de un Papa progresista, sino que lleguen al extremo de celebrar su muerte con una falta de respeto que ofende incluso a los no creyentes. Porque aquí no se trata de religión, sino de humanidad. De reconocer el esfuerzo de quien, desde una de las instituciones más anquilosadas del planeta, intentó —al menos en parte— acercarla al siglo XXI.

La muerte no debería ser nunca motivo de burla ni de revancha política. Sólo los espíritus mezquinos celebran el silencio eterno de quien no piensa como ellos. Y en ese silencio, el Papa Francisco deja una semilla que quizás no germine hoy, pero que seguirá desafiando los muros del odio con la simple, pero poderosa, fuerza del Evangelio social.

"El odio grita desde la trinchera, pero la justicia susurra en los oídos del tiempo". ("Humanum amare est; odium autem bestiis convenit")

(Amar es propio del ser humano; odiar, de las bestias) Adaptación inspirada en Séneca. "Facilius est nocere quam prodesse". (Es más fácil dañar que ayudar) Ovidio.

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