Opinión
pepa sanz fuentes
Aquel Real Avilés de los años 50
Recuerdos de infancia de los domingos en el campo de la Exposición
Quienes conozcan la trayectoria de nuestro histórico club de fútbol pensarán que soy una oportunista, pero es que mis primeros recuerdos del equipo provienen de cuando con 6 o7 años comencé a acompañar a mi padre a los partidos en el campo de la Exposición, antes de que se le impusiera el nombre de Román Suárez Puerta.
Lo que es al campo ya había ido, pero no al fútbol, si no a las pistas de atletismo que lo bordeaban, a ver entrenarse y competir a mi padrino, Ricardo Artime. Pero lo del fútbol era otra cosa, toda una liturgia.
Ya desde la mañana esperaba con inquietud el momento de ir por la tarde caminando desde Sabugo, desde la calle de la Estación, de la mano de mi padre y salir de la plaza de la parroquia para por la calle Cuba caminar hacia el estadio, como le decíamos, El rito de hacer cola en ventanilla –mi padre era socio, pero yo no- y lo que me gustaba que mi padre me diera aquellos pequeños y coloreados escudos de cartón que le daban cuando, al pagar la entrada, abonaba la cuota obligatoria para Auxilio Social. Y luego la grada, la alegría de ver a aquellos jugadores de camiseta a rayas azules o azul completa jugando el balón ante los adversarios.
Ya no eran solo jugadores asturianos. Allí estaban, entre otros, los dos Mantidos, gallegos y, alguien con un significado especial para mí, un maño, Alberto Castejón, que tuvo una gran vinculación con mi familia, ya que mi padre fue uno de los testigos de su boda. Tengo aquí delante de mí una foto oficial del Real Avilés hecha por el inefable Huerta, firmada por todos los jugadores, que Alberto nos regaló cuando a punto estuvieron de ascender a Primera División.
Recuerdo también el nombre de algunos entrenadores: el húngaro Werkesy, nombre que le puso mi padre al mejor de los canarios que teníamos, y los vascos Eguiluz y Galarraga, cuyos hijos fueron al Carreño Miranda con nosotros.
Y ese ritual del partido del Real Avilés continuó a lo largo de mi infancia. Ya el grupo de salida se amplió más tarde con Tino y su hijo, mi compañero de insti Julio, que no iba con nosotros a la grada, sino que se quedaba en el marcador simultáneo, donde con otro amigo y compañero, Eduardo, hijo de Ramos, el de la Teléfonica, como lo conocíamos, se encargaban de mover en el tablero números con los resultados que el padre recibía por teléfono a través de los auriculares; todavía no habían llegado los transistores. Tino y Matías, otro amigo de la familia, fueron quienes me acompañaron en mi última temporada avilesina, la 1961-62, en que mi padre ya estaba en Sevilla y el resto de la familia estábamos con un pie en el estribo para irnos hacia la ribera del Guadalquivir y, por eso de las rayas verticales blancas y de otro color, acabar siendo forofos del Betis. En esa temporada ya jugaba en el Avilés San Juan, compañero de bachillerato de mi hermana Elena.
Y el complemento perfecto de los partidos era la tómbola que el Real Avilés situaba al principio en la plaza de Pedro Menéndez, enfrente del Bar Busto, rodeando la farola de fundición que precedió a la fuente. En la tómbola los mejores momentos eran cuando actuaba de animador Polchi Figueiras y de ‘secretario’ de don Polchi, como él le decía, Pachín, el utilero, y sus juegos de magia y adivinación, como la mítica pregunta a un Pachín con los ojos vendados: "Pachín, si me dices lo que tengo en la mano, doite la hora"; "el reloj, don Polchi, el reloj", contestaba Pachín, ante el aplauso de la chiquillería y la sonrisa cómplice de los mayores.
Ah, y los seguidores del Real Avilés teníamos otro orgullo: mientras que el Sporting y el Oviedo viajaban en un autocar alquilado a una empresa, nosotros lo teníamos en propiedad, regalo de un avilesino-cubano, Primitivo de nombre, que era nuestro orgullo, con el nombre y el escudo del equipo grabado en el cristal que tornaba el sol frontal al chofer y a su acompañante en primera fila.
Así que, Real Avilés, ¡a delante!.
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